Últimas sinfonías de Franz Schubert


celso

Este sábado continuamos exponiendo la riqueza sinfónica de Franz Schubert. Apuntamos que el andante con moto de La Novena Sinfonía de una inefable belleza, nos pone ante la perspectiva heroica, momento supremo e indispensable de los trágicos. Esta obra fue ejecutada por primera vez en 1865. La Novena Sinfonía en do mayor “La Grande” (1828), encontrada en 1838 por Schumann entre los papeles de Ferdinand, hermano del compositor, y celebrada por Robert Schumann a causa de su celestial duración, es considerada por algunos como la más importante de las sinfonías de Schubert.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Posee sin duda un caudal de inspiración matizado por una olímpica alegría, pero le faltan los contrastes que semejante extensión requiere; hace echar de menos la madurez de la Inconclusa. Este artículo va dedicado a Casiopea, esposa de lucero, que en su alma de puntillas todo el vibrar sonoro de los mares ancestrales y en sus calles de lirio se desliza mis alas grises.

     Por otra parte, para compenetrarse de la música de Franz Serafhín Schubert hay que meditar que su existencia tan dramáticamente breve, se inscribe en el ambiente de bohemia vienesa. Schubert apenas realizó más que cortos viajes, siempre como músico-preceptor de la burguesía del país o en unión de alguno de sus amigos, pero las schubertiadas reuniones de artistas jóvenes se convirtieron en habituales. Como ya vimos, su crónica falta de medios económicos le impidió formalizar cualquier relación sentimental seria, en tanto que a raíz de su estancia en Zelesz, residencia de verano del conde Juan Esterhazy (primo de Nicolás Esterhazy, mecenas de Haydn), contrajo una dolencia de la que jamás llegaría a sanar y que a fin de cuentas le ocasionaría la muerte prematura.
     
      Desde la edad de veinte años sufrió ya las consecuencias de la enfermedad y de la angustia ante el presentimiento de la muerte. Su producción prosigue enfebrecida sin cesar, alcanzando incluso a salvar lo que podía parecer imposible, la presencia de la personalidad ingente de Beethoven. Es plenamente consciente de ésta pero ve claramente trazado su camino en los ámbitos del piano, el cuarteto y la sinfonía hacia unos derroteros distintos que no cabe tampoco confundir con los del lied. Sus hallazgos en el campo de la forma son todavía inéditos y, dentro de su aparente simplicidad, representan un progreso evidente en el campo de la técnica.
    
     Finalmente, diremos que Franz Sheraphin Schubert vivió una existencia trágicamente fugaz de sólo treinta y un años, precisamente durante aquellos que constituyen el instante de explosión del romanticismo europeo. No obstante, buena parte de su producción inicial deberá permanecer influida todavía por los dos compositores indiscutibles, académicos por excelencia de comienzos del siglo XIX, es decir Haydn y Mozart.
     
      Sus obras serán tenidas como modélicas y ejemplares, sobre todo cuando lo que priva es el cultivo de la forma de la sonata por encima del contrapunto barroco que en cierto sentido no ha sido aún redescubierto –Beethoven es el mejor ejemplo de ello–, Schubert se inicia por tanto en la composición de música de cámara y pianística de resonancias realmente muy clásicas hasta alcanzar extremos, como ocurre con la Sinfonía No. 5, de fácil confusión para el profano y el melómano, con una obra madura de Mozart. No obstante, llegará el momento preciso de la insoslayable influencia beethoveniana lo que resultará una de las pruebas más difíciles para un compositor tan intuitivo y plausiblemente de técnica inferior a la de aquel coloso. A pesar de todo, contra todo cuanto cabría esperar, Franz Schubert sabe hallar su vía propia en todos los aspectos, hasta alcanzar a manejar un lenguaje inédito y original. Este será su secreto.