Confío en que ésta sea la última vez que me refiera al Excelentísimo Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario don Acisclo Valladares Molina, porque no deseo perturbar a un personaje tan conspicuo, de acrisolada estirpe y de rancio abolengo, cuando que hay tantos asuntos de interés nacional que a mí me interesa abordar, como es la exclusión social, la discriminación racial, la miseria y la pobreza de más del 50% de los guatemaltecos, la explotación laboral, la inequidad impositiva, la exagerada codicia de los poderosos económicamente, las causas y consecuencias del cambio climático, la ambición de empresas transnacionales de apropiarse de los recursos naturales del país, el caduco sistema político disfrazado de democracia representativa y otros temas que durante uno de los gobiernos militares me condujeron al exilio, después de sufrir amenazas, intimidaciones y persecuciones.
Eduardo Villatoro
Debo reiterar que carezco de las credenciales del excelso diplomático, quien en su reciente refutación tiene la generosidad de ilustrarnos acerca de sus pergaminos y de los elogios que ha recibido de altas personalidades, como de un Embajador de Estados Unidos de América, un fenecido Arzobispo Metropolitano o un ilustre catedrático universitario anticastrista, entre otras conspicuas figuras, mientras que yo apenas puedo recordar ajados diplomas y rústicas plaquetas con las que me han honrado organizaciones sociales y populares, como federaciones sindicales, asociaciones estudiantiles universitarias, grupos comunales, artísticos y cooperativistas, habitantes de áreas marginales, instituciones gremiales y sectores de las clases media y baja y otros olvidados conglomerados cuyos representantes son tan modestos como genuinos.
No puedo ufanarme de nada extraordinario que haya realizado en mi vida, más que la satisfacción de dedicarme al periodismo como medio de vida y de pretender escribir intentos de cuentos, otros géneros literarios y algunas investigaciones sociales y de contenido académico, pero que no reúnen requisitos de trascendente calidad.
Aparte de mi compromiso con Guatemala y el resto de las naciones latinoamericanas y del Tercer Mundo, fundamentalmente con las capas sociales menos afortunadas, puedo disfrutar con mi mujer, hijos y nietos el pan ganado honradamente, porque jamás he ido a parar al bote acusado de usurpador, estafador o aprovechado de personas indefensas para apropiarme de sus bienes.
Entre las decenas de acotaciones enviadas al blog de La Hora en torno a la refutación del paradigma de la prosapia guatemalteca, además de agradecer a todos quienes se han solidarizado con este trabajador del periodismo, aprecio las palabras del doctor en Filosofía Jorge Mario Rodríguez, quien, sin siquiera aludir el grado académico que ostenta ni a la disciplina a la que se dedica, comedidamente escribe: “No creo que Villatoro se merezca comentarios ofensivos. Es uno de los pocos columnistas con sentido de la justicia y la decencia que nos anima a muchos de sus lectores a ser mejores guatemaltecosâ€.
Y a otra cosa, mariposa.
(El angustiado analista jurídico Romualdo Tishudo cita este refrán español: –Al que a sí mismo se alaba, nunca mofador le falta)