Ultima pelí­cula de «Potter»: triste y gratificante a la vez


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Si «Harry Potter y las reliquias de la muerte: 1ra Parte» significó el principio del fin con una sensación acuciante de tenebrosa fatalidad, «Harry Potter y las reliquias de la muerte: 2da Parte» pone término a todo con un dejo de melancolí­a.

Claro que es dramático: bello, sombrí­o y sorprendente al ir el joven brujo al encuentro de su destino y enfrentar al malvado Lord Voldemort. Pero el final de esta serie cinematográfica extraordinariamente exitosa, una fantasí­a épica de ocho pelí­culas a lo largo de una década, proporciona una catarsis emocional necesaria, a Harry y al público. Hasta los menos fanáticos —los que no hacen horas de fila en el teatro con sus varitas mágicas caseras y cicatriz en forma de rayo dibujada en la frente— podrí­an sentir un inesperado nudo en la garganta.

Por CHRISTY LEMIRE
Agencia AP

Esa es la magia real de la serie basada en las novelas de J.K. Rowling: la mezcla de lo exótico y lo cotidiano, lo ultramundano y lo convencional. Harry, Ron y Hermione ya no son los niños inocentes que eran al ingresar a Hogwarts: la vida continúa, para ellos y nosotros. Que el futuro del mundo brujeril dependa del desenlace es sólo parte de la historia.

Con todo, el director David Yates ha realizado de manera satisfactoria la tarea de poner fin a todo. Como director de las últimas cuatro de las ocho pelí­culas, Yates imprimió dinámica y cohesión al canon de «Harry Potter», cada vez más sombrí­o y maduro. Steve Kloves, el guionista de todas las pelí­culas menos una, nuevamente estuvo a la altura del reto de agradar tanto a los puristas como a los curiosos en su adaptación de las veneradas palabras de Rowling.

Es difí­cil imaginar las complejidades del trabajo, dada la densidad de la mitologí­a, aunque el último libro fue dividido en dos partes. (Aunque el epí­logo, en el que aparecen algunos de los protagonistas con maquillaje adulto, parece un poco ordinario y apresurado y puede provocar algunas risitas burlonas).

Al mismo tiempo, la segunda parte no parece excesivamente larga. Avanza con gran dinamismo hacia el enfrentamiento final entre Harry (Daniel Radcliffe) y Voldemort (Ralph Fiennes, profundamente perturbador como siempre); hay peligro en casa escena y jamás se alarga demasiado.

Eso se debe en gran medida a la cinematografí­a de Eduardo Serra, bellamente ominosa y lúgubre. Aquí­, Hogwarts no es un lugar acogedor, lleno de posibilidades, sino una fortaleza aterradora donde el profesor Severus Snape (encarnado con deliciosa frialdad por Alan Rickman) encabeza su propio régimen fascista.

«Reliquias: 2da Parte» está filmado en 3-D, lo cual como suele suceder es innecesario. Pero jamás distrae de la acción.

Radcliffe nunca ha estado mejor, y los breves flashbacks a las primeras imágenes de él sirven para recordar cuánto ha madurado.

Harry, Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson) siguen buscando Horcruxes —recipientes que contienen trozos del alma de Voldemort, esenciales para la supervivencia de Harry— para destruirlos. Uno de ellos está en la bóveda bancaria de Bellatrix Lestrange, lo que permite a Helena Bonham Carter disfrutar un poco con su maligno personaje. Hogwarts ya no es un refugio a medida que se acerca Voldemort. Su ataque a la escuela es espeluznante, y provoca momentos de heroí­smo en personajes inesperados.

Este es el lugar donde todos los hilos narrativos y emocionales deben converger y anudarse. «Reliquias: 2da Parte» responde a preguntas largamente en suspenso, pero se atreve a plantear interrogantes que se quedan con uno después del último capí­tulo.