Por Eduardo Blandón
El nombre de Ulrich Beck no es desconocido en el ámbito de la filosofía y la sociología. Me parece que es uno de los pensadores más activos y prestigiosos en el círculo filosófico alemán y uno de esos autores infaltables en los anaqueles de las librerías. Veamos si hay razón.

Este libro, «La democracia y sus enemigos», constituye una colección de ensayos entre filosóficos y sociológicos en el que el escritor expone sus ideas sobre temas misceláneos: la modernidad, la solidaridad, la religión, el trabajo, los judíos, el amor, el Estado y la ecología. Son artículos breves producidos para conferencias y adaptados para la lectura del gran público.
El contenido es muy sabroso y la diversidad interesante. Lo primero porque en medio de la clarividencia que se transmite a través de las ideas, la obra no presenta dificultades que inviten a su rápida capitulación. Interesante, en virtud de los análisis sociales que elabora, desarrollando de este modo un saber original o como mínimo novedoso.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. El volumen presenta dos limitaciones (como mínimo, según mi humilde entender). En primer lugar, porque el autor hace mucha referencia a la realidad alemana. Su mundo es esa parte del globo y no sabe poner más ejemplos que trasciendan esa zona terráquea. Luego, porque sus análisis se remontan a la década de los noventa, percibiéndose así, en ocasiones, que el planeta que dibuja Beck pertenece al Antiguo Testamento.
Si no fuera por esas minucias, el libro pasaría de un ochenta a un noventa y cinco (sobre cien puntos). Afortunadamente, tiene cosas que aún parecen vigentes. Por ejemplo, cuando en el examen de la modernidad dice que vivimos como en una especie de ambigí¼edad entre la época industrial y la nueva era más individualista. O sea, vivimos con los pies sobre «los nuevos tiempos», pero con la cabeza en el pasado.
Esta realidad se demuestra sobre todo, según Beck, en la institución matrimonial. Para algunos, dice, podría parecer una entidad pasada de moda, arcaica y condenada a la desaparición, sin embargo tiene aún vigencia. Y las estadísticas lo confirman al mostrar la tendencia de los jóvenes por participar alguna vez en ese estado de vida.
«Estoy seguro de que, aun cuando el 70% de los hogares en las grandes ciudades sean unipersonales (y eso sucederá a no tardar mucho), nuestra audaz sociología de la familia seguirá demostrando con millones de datos que ese 70% viven solos porque hicieron antes vida en el seno de una familia nuclear o lo harán después».
El sujeto ambiguo reclama sobre todo su individualidad. Así se refugia en su trabajo, su hogar y su tiempo libre. Incluso la religión es vivida de manera íntima. Lo suyo es la subjetividad. Renuncia a lo social y desea desembarazarse de lo público y lo masivo. Es, de alguna manera, una persona sola, aunque no aislada. Disfruta disponiendo de sí mismo y valorando el éxito personal.
También se caracteriza el hombre del siglo XXI por la inseguridad. Ya no cuenta con las certezas del pasado: Dios, el Estado, las Instituciones. Tiene que navegar sólo en las aguas procelosas de la vida. Lo suyo es la sobrevivencia, arraigándose de lo que sea para mantenerse a flote. Max Weber, cita el autor, analizó cómo el individuo se libera de sus certezas religiosas y se introduce en los insolubles conflictos axiológicos e ideológicos de la sociedad en vías de desmitologización.
Pero «individualización», dice Beck, no significa muchas de las cosas que quisieran que significara quienes le atribuyen ese significado para ellos poder significar por su medio lo que el término no significa: «no significa atomización, aislamiento; no, corte de toda relación por parte de un individuo que gravita en solitario; ni tampoco (lo que muchas veces se sobrentiende), individuación, emancipación, autonomía: la resurrección del individuo burgués después de su muerte. Por el contrario significa, en primer lugar, la disolución y, en segundo lugar, el desmembramiento de las formas de vida de la sociedad industrial (clase, capa, roles de los sexos, familia) por obra de otras en las que los individuos tienen que montar, escenificar e improvisar sus propias biografías. La biografía normal se convierte en biografía elegida, en «biografía artesanal»».
Con todo esto, ¿cómo se puede hablar de solidaridad? Esa es la cuestión. Porque se trata de interpretar un término viejo en una sociedad con caracteres nuevos. El proceso de individuación, en todo caso, escribe el alemán, no es, como conciencia común, una suerte individual, sino colectiva. Y sigue:
«Lo que aquí aparece es una nueva relación entre individuo y sociedad. Lo común no puede seguir siendo decretado de arriba abajo, sino que tiene que ser libremente cuestionado y discutido en el seno de lo individual, de lo biográfico; tiene que ser definido, delimitado, justificado, conscientemente guardado frente a las fuerzas centrífugas de las biografías. Que el proceso no tiene por qué acabar y cegarse en una vuelta al imperio de lo privado, nos lo demuestran las iniciativas ciudadanas que, en contra de la resistencia de los partidos, han impuesto en el orden del día político al menos sus temas (medio ambiente, mujer, imperio radical del derecho)».
Hay, entonces, por lo que se ve, una nueva manera de organizarse y ayudar a los demás. No hay construcción de islas ni ermitaños habitando el desierto. A este respecto, el intelectual cita a Hans Magnus Enzensberger cuando expresa «los políticos se quejan de que la gente cada vez se interesa menos por ellos; deberían preguntarse, más bien, por qué. A mí me da la impresión de que los partidos se engañan solos, que manejan una falsa definición de política (…) El meollo de la política actual está en la capacidad de autoorganizarse». Y concluye Beck: «Ahora bien, autoorganización no se refiere al tópico de las fuerzas sociales libres, sino que significa subpolítica: configurarse la sociedad desde abajo».
Estas ideas constituyen algunas de las propuestas del presente libro. Estoy seguro le puede interesar. Anímese a leer, investigar y cultivar su espíritu.