Mi experiencia en las recientes vacaciones me recordó por qué es que tenemos una industria turística enana. Viajé a la playa de Monterrico el Martes Santo por la tarde y para llegar a mi destino en vehículo me tomé casi cuatro horas. Poniéndonos en los zapatos de los turistas que se sienten atraídos por los destinos turísticos que podemos ofrecer en el país, es un milagro que vengan y otro que regresen alguna vez. No es posible que para cubrir un trayecto de 150 kilómetros se tenga que pasar por un calvario si se supone que nuestra actitud como país debiera de ser la de mimar a quienes amablemente nos visitan para gastar su plata y comprar nuestros servicios.
Ya los retos que tenemos para recibir turistas son enormes por nuestro calamitoso estado de justicia y seguridad, como para sumarle el lamentable problema de la infraestructura vial. El turista recibe toda clase de advertencias y consejos para viajar a Guatemala y aquellos que deciden visitarnos se encuentran con una red de carreteras que da pena, no solo por su estado sino, además, por el mal uso que les damos. La “salida” de la ciudad es un trayecto de más de 20 kilómetros en donde podemos encontrarnos con virtuales estacionamientos de miles de vehículos que sin aparente causa justificada forman una maraña de tráfico que se puede vencer en horas y no minutos. El trayecto de la Ciudad de Guatemala a Monterrico, por ejemplo, está atascado de túmulos puestos al mejor criterio de autoridades ediles, comerciantes y pobladores locales que se arrogan el derecho de colocarlos porque les sirve a sus intereses o simplemente porque les viene en gana.
Además de incontables túmulos, las autoridades tienen el mal tino de colocar puestos de registro que agravan la situación del tráfico. Lo peor es que la efectividad de estos puestos de registro para controlar la situación de la seguridad es cuando mucho mediocre y necesariamente hace preguntarse si es que valen la pena. Una de las diez colas que hay que hacer para llegar es la del peaje de un ridículo puente de 100 metros que funciona tan lento como los antiguos ferrys. Después de un calvario para llegar, la estadía no es precisamente la de un centro turístico de categoría, sobre todo por la molestia que causan los constantes cortes de energía resultado de una pésima infraestructura eléctrica que en las fechas de afluencia no soporta la demanda.
Mientras estaba en aquella playa pensaba en el potencial turístico del lugar. A 150 km de la ciudad y el aeropuerto, con clima favorable todo el año, con la belleza natural necesaria. ¿Qué necesitamos para que esto se desarrolle y deje de ser un destino de turismo barato? Seguramente debiéramos de empezar por mejorar la infraestructura. Hoteles de primer mundo, campos de golf, marinas para pesca deportiva, las posibilidades serían grandiosas con simples soluciones. Una carretera decente que permita llegar en 90 minutos e infraestructura eléctrica de primer mundo son aspectos básicos que algún día traerán verdadero desarrollo para el área y sus habitantes, mientras tanto seguiremos teniendo un turismo enano.