La Constitución de la República de Guatemala, en su artículo 215, norma la forma en que se debe elegir a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y con relación a la Comisión de Postulación y el papel de los rectores dice, literalmente, que la misma se integra «por un representante de los rectores de las universidades del país, quien la preside…», y sigue detallando la forma en que se conforma ese cuerpo colegiado.
La Constitución es la Ley Fundamental y fija normas generales que pueden ser desarrolladas por las leyes ordinarias. Cualquier norma que se oponga o vulnere lo establecido en la Constitución es nula ipso jure y la Corte de Constitucionalidad así lo puede declarar. Como se ve, el precepto constitucional simplemente dice que preside la comisión un representante de los rectores de las universidades, y ello porque son varias las casas de estudios superiores y únicamente hay una presidencia de la Comisión de Postulación. En ningún momento la Constitución dice que ese representante no será Rector y, de hecho, en varias comisiones previas así operó el procedimiento. Casualmente cuando eso cambió se produjo el grave deterioro en la calidad de la Corte, al punto de que la actual ha sido incapaz hasta de elegir a su presidente.
Por ello la ley aprobada por el Congreso, estableciendo el mecanismo para designar a ese representante de todos los rectores de las universidades, no es más que una forma de normar lo establecido ya en la Constitución y no hay contradicción entre una cosa y otra. Pero los rectores no quieren acatar la ley y seguramente harán lo imposible por entorpecer su aplicación porque hay demasiados intereses oscuros en juego y evidentemente están cayendo las máscaras y caretas, al punto de que sin rubor ni recato se ejercita ya la oposición al cumplimiento de la letra y el espíritu de la norma que pretender algo de transparencia en el siempre viciado proceso para elegir a nuestros máximos jueces.
Tienen razón quienes han comentado que los rectores de hoy no son las personalidades que antaño ocupaban esos puestos y que destacaban por su verticalidad, prestigio y capacidad profesional. Ahora el compadrazgo (o ser dueño de una Universidad) tiene tanto que ver como el pisto que se gastan en campaña los rectores que son electos. Al diablo las características que antaño se asociaban a la figura del Rector Magnífico y lo prueba la trayectoria tan limitada de los que ahora se revuelcan para impedir a toda costa que se pueda hacer una elección transparente. ¿Casualidad o falta de entendederas? En absoluto; lo que hay es la necesidad de preservar el sistema corrupto que alienta la impunidad.