Trifinio


28 de diciembre, el Dí­a de los Santos Inocentes pasó desapercibido y antes de que el despertador sonara, Inés despertó para recordarnos que estábamos vivos.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

La luz del sol apenas se vislumbraba y ya San Pedro Nonualco, Guadalupe y Verapaz se iban perdiendo. El sueño nos venció y fue hasta en Apopa que el hambre nos trajo de nuevo a la realidad.

Morfeo nos venció de nuevo y en La Palma empezamos a disfrutar del paisaje. Las sonrisas y el afecto de las personas de Citalá llenó nuestros rostros de color y nos cargamos de energí­a para cruzar tres paí­ses en menos de una hora. Luego de los trámites aduaneros nos encontrábamos en Nueva Ocotepeque y minutos después en la tierra del Cristo Negro.

Qué increí­ble, tantos años de vida, de jactarme de mi chapinidad y no habí­a visitado su santuario. Me conmovió. Soy una persona que suele afectarse rápidamente, pero la maternidad ha puesto más sensibles todas mis acciones. Sólo ver ese templo inmenso, blanco, imponente y la devoción de las personas que lo visitan erizó mi cuerpo. Mientras esperaba en la cola para llegar a los pies del Señor de Esquipulas hice un listado de peticiones. Ansiaba llegar hacia el altar y pedir, me tranquilizaba la idea de hacerlo.

Terminados los ruegos, vinieron los dulces de coco, las velas, los souvenirs (sombreritos readornados que un tiempo me parecieron kitsch y hoy me sabí­an lo más dulce del mundo). El calor se intensificaba, lo notaba más que en mí­ en el salpullido en las mejillas de Inés.

Subimos al carro y emprendimos de nuevo el viaje hacia Citalá, no sin antes probar unas baleadas en tierra hondureña. La noche se impuso. Los comentarios en el automóvil cesaron.

Faltan dos dí­as para que termine el año y no ha habido un recuento de momentos, ni propósitos que no cumpliré dentro del inventario de mis pensamientos.

El silencio me hace cavilar y me doy cuenta de que recibí­ mucho, muchí­simo  y que luego de peregrinar hacia un lugar tan especial me faltó humildad y gratitud. Llegue a pedir, a demandar bendiciones y mi mente no pudo detenerse un instante para que mi corazón dijera gracias. Con los ojos aguados, lejos ya de Guatemala, con una pantalla tapizada de letras, tengo un solo pensamiento (pensamiento y sentimiento unidos): gracias, muchas gracias. Amén.