Tres procesiones en una


Lindas, espectaculares, impresionantes, tradicionales, no sé cuántos más calificativos merecen nuestras procesiones de 2010 en su paso por las calles de nuestro Centro Histórico, otrora «Tacita de plata» y centro motor del desarrollo y progreso de la nación. A pesar que mi preferencia es disfrutar de la mí­stica religiosa en su conjunto y la bellí­sima imaginerí­a guatemalteca de nazarenos, ví­rgenes dolorosas, sepultados, sanjuanes y magdalenas, constantemente mi atención fue distraí­da por tropezones, caí­das y sonoros somatones que por el mal estado de las aceras, lo que incluye hoyos, tubos de fuera, tapaderas rotas y hasta cabinas telefónicas o postes a medio camino, fuera causa de sinnúmero de accidentes de los espectadores, lo que entre tantas cosas más, le sigue viniendo del norte a nuestro alcalde.

Francisco Cáceres Barrios

Hubo algo que me impresionó sobremanera: las tres procesiones que cada cortejo traí­a consigo. ¿Tres procesiones? Sí­, como se oye, la primera, la del pueblo, quien espontáneamente dio una muestra de su deteriorada economí­a familiar, del desempleo galopante, como que la necesidad tiene cara de chucho, lo que los obligó a desfilar a lo largo de muchas cuadras, anunciando a gritos sus productos y servicios que incluí­an los tradicionales chupetes, algodones, luces de colores, helados, granizadas, aguas, empanadas, jugos, globos, maní­as, mangos, gelatinas, obleas, hojuelas, intercaladas con la venta de pizzas, pollos, hamburguesas, crepas, chéveres, gauchitos y para que los fieles devotos no se quedaran con ningún antojo, también corbatas, banquitos, mantillas, cinturones, capirotes, cascos, lentes, fotos, revistas, llaveros, rosarios, porta celulares, tatuajes, inflables, velas, calendarios, discos y videos compactos, guantes, túnicas, ganchos para el pelo, sombreros, gorras, sombrillas y hasta nailon ante la intempestiva lluvia del Viernes Santo. La segunda procesión fue la organizada por las entidades religiosas, quienes de nuevo pusieron de relieve su intenso amor, esfuerzo dedicación y entrega hacia su devoción. La participación de los vecinos también fue inconmensurable al dedicar muchas horas a la elaboración de las alfombras cada vez mejores ejemplos de la artesaní­a guatemalteca. Y la tercera procesión, la que detrás de las bandas complementaba la primera, con variedad de los artí­culos antes descritos, entremezclados con los empleados de los servicios municipales de limpieza en su afán de dejar las calles limpias, aunque el mal estado de las aceras siguieran siendo causa de sustos y lesiones. No sé si el binomio presidencial Torres-Colom presenciaron algún cortejo procesional de los que me he venido refiriendo, si no lo hicieron lo lamento mucho, porque perdieron la magní­fica oportunidad para enterarse de forma directa, en vivo y a todo color de la realidad nacional que vivimos la gran mayorí­a de guatemaltecos. Claro, no es la citada en infinidad de conferencias de Prensa cargadas de cifras o estadí­sticas alejadas de la verdad, mucho menos que «nuestra familia esté progresando» sino en donde el pueblo demuestra, sin lugar a dudas, la sustitución del cincho por la soga angustiosa de su miseria.