Treinta años después: Usac sin verdad, sin memoria, sin justicia y sin resarcimiento


Luego de conocer las «guerras sucias» del continente y del resto del mundo, puedo afirmar que ninguna otra universidad sufrió la violencia represiva con la misma demencia y brutalidad que la Usac. Con la acusación de Lucas Garcí­a de que era «centro de subversión», se nos declaró la guerra con el asesinato de Oliverio Castañeda de León en 1978. Pronto, se contaron por miles las ví­ctimas universitarias -autoridades, profesores, estudiantes y trabajadores-, muchas asesinadas y otras desaparecidas. Las ví­ctimas más afortunadas debimos abandonar la universidad, y muchí­simas abandonarlo todo en Guatemala para salir al exilio. Muchos universitarios expulsados nos sumamos a la oposición polí­tica y algunos se incorporaron a la lucha armada.

Ing. Raúl Molina Mejía
rmolina20@hotmail.com

El 14 de julio de 1980 inicié mi última etapa en la digna y perseguida Usac. Tras cuatro años como Decano de Ingenierí­a, fui investido como Rector en funciones, ante el exilio de Saúl Osorio. Cuando firmaba el acta correspondiente, fuerzas de seguridad invadieron la Ciudad Universitaria y dispararon contra todas las personas que acudí­an a sus labores, con saldo de ocho estudiantes de ingenierí­a muertos e incontables heridos. Durante los 17 dí­as que estuve al frente de la Usac, las energí­as se concentraron en mantener la universidad en funcionamiento y en tratar de detener la mano criminal de las fuerzas armadas y de seguridad. Pedimos apoyo al resto de la sociedad civil y hablé personalmente con Guevara, ministro de la Defensa, quien, ante nuestra petición de parar la represión, respondió con la acusación de que seguí­amos siendo centro de subversión. No obstante, nuestras iniciativas lograron amainar la represión, si bien por tiempo limitado. La sangre inocente de los ocho estudiantes asesinados conmovió a nuestra población; pero no logró detener la avalancha terrorista contra la Usac y contra nuestro pueblo.

Lo sucedido después en el paí­s se refleja en el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH). Sorprende, sin embargo, que en éste no se hiciera un análisis especí­fico de la represión sufrida por la Usac; es evidente que hubo cobardí­a de las autoridades universitarias y no hubo denuncia. La Usac carece hoy de un estudio sobre la verdad de los hechos, porque el informe producido por la Comisión de la Verdad, que yo presidí­, «fue extraviado». Además, no ha habido esfuerzo sistemático alguno por recuperar la memoria histórica. Al no haber verdad, tampoco ha habido posibilidad de justicia. La Usac ha ignorado, igualmente, el resarcimiento a las ví­ctimas. En otros paí­ses, los universitarios perseguidos fueron restituidos a sus puestos y/o gozaron de compensaciones económicas y resarcimiento moral. En nuestro caso, muchos universitarios han muerto ya, algunos en el extranjero, asistidos solamente por la solidaridad de los amigos, y muy pocos pueden acudir a los beneficios de una pensión o de su colegio profesional. El Rector ha ignorado esto durante los pasados cuatro años. Al no ver en él ni valor ni voluntad polí­tica, es tiempo de que la comunidad universitaria, como primer paso hacia la redignificación universitaria, construya, de inmediato e independientemente, la memoria histórica de la Usac.