Trece de Rafael Menjí­var Ochoa


Rafael Menjí­var Ochoa (I), junto a otros escritores salvadoreños (foto: http://funposal.org).

Lilian Fernández Hall

En el marco de la V Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), se realizó el lanzamiento simultáneo de tres novelas escritas por sendos autores salvadoreños. Es otro de los arrojados proyectos de la editorial F&G que, de esta manera, elige poner sobre el tapete una muestra variada de la literatura más actual de El Salvador. El proyecto es arrojado, no porque los escritores elegidos sean novatos o de dudosa calidad -por el contrario-, sino porque desde ya cualquier publicación de literatura de ficción en Centroamérica es un proyecto de riesgo económico. Por varias y bien conocidas razones, el libro es todaví­a un producto de lujo para el ciudadano común, y las ventas de este tipo de literatura difí­cilmente resultan ventas masivas. Al decidir editar estas tres obras en forma simultánea, la editorial F&G demuestra que el lema que acompañó al evento: «Vamos por un paí­s de lectores» no es un eslogan carente de contenido.


Las obras presentadas son: «Trece» de Rafael Menjí­var Ochoa, «El sueño de Mariana», de Jorge Galán y «Los locos mueren de viejos» de Vanessa Núñez Handal. Estos tres son autores muy diferentes entre sí­. En distintos puntos de su carrera y presentando, a su vez, sendas novelas que marcan rumbos disí­miles en el panorama de las letras salvadoreñas, lo cual resulta altamente interesante, puesto que, quizá, marcarí­a un alejamiento de la llamada «estética del cinismo» que parece haber predominado en la literatura centroamericana de postguerra.

Menjí­var Ochoa es, de estos tres autores, el más establecido y el de más méritos literarios. Con ocho novelas publicadas, además de cuentos, poesí­a, ensayo y traducciones, es uno de los escritores más sólidos del paí­s. Participa, además, del debate de actualidad en El Salvador a través de sus textos periodí­sticos, programas de radio y blogs. «Trece» fue publicada por primera vez en 2003, en edición del Instituto Mexiquense de la Cultura. Traducida luego al francés en 2006 («Trí­ese», Ed. Cenomanne, traducción de Thierry Davo) es ésta, la versión de F&G, su segunda edición en idioma original.

«Trece» es el tí­tulo de esta novela, trece el número de sus capí­tulos y trece los dí­as que transcurren desde la decisión del personaje central de suicidarse hasta su desenlace. La elección del número trece no es, obviamente, ninguna coincidencia. El número trece simbolizó, desde la antigí¼edad, el inicio de un nuevo ciclo, una nueva vida y se transformarí­a luego en sí­mbolo de la muerte. La carga nefasta del número trece parece provenir, según algunos investigadores, de la íšltima Cena, celebrada por Jesucristo y los doce apóstoles (es decir trece a la mesa) en la cual el Hijo de Dios fue traicionado. La misma idea preside el simbolismo del Arcano XIII del Tarot: la Muerte, a su vez la decimotercera Ví­a a la Sabidurí­a, según los cabalistas, correspondiente al sueño, a la crisálida y a la noche. Y es justamente la muerte (y su revés, la vida) y las formas de acercamiento a ésta, el tema principal de la novela.

Como siempre, en las novelas de Menjí­var Ochoa, la estructura del relato es impecable. En una suerte de cuenta regresiva, los capí­tulos se presentan en forma descendente del XIII al I, reflejando los dí­as en que transcurre la acción. El personaje principal y narrador, un hombre joven carente de nombre propio (también recurrente en los textos de este autor) realiza un relato contenido y tenso de los dí­as que le quedan -por propia decisión- para vivir. Esta contención en el relato no debe ser confundida con frialdad o indiferencia. La actitud negligente del narrador, su enorme egocentrismo, su vanidad, no son más que ropajes que, a nuestro modo de ver, disfrazan una angustia desgarradora. Angustia que, quizá, se remonte a sus años infantiles, en manos de una madre sádica y desequilibrada. Tampoco es el suicidio un acto maquinal, inhumano; por el contrario, el narrador dice «Pocas cosas hay más humanas que buscar la muerte». ¿Por qué desea suicidarse el personaje principal? Es, tal vez, la pregunta más difí­cil de contestar luego de leer este libro. ¿Por el placer a la aventura? ¿Como una forma extrema de individualismo? ¿Por no soportar más la vida? La respuesta que él mismo proporciona es difí­cil de asimilar: por puras ganas, porque le llegó la hora, sencillamente («…las ganas de irse, como quien se va de una fiesta llena de gente con la que no quiere bailar»).

Uno de los rasgos más sobresalientes del suicida es su enorme lucidez, su capacidad de observar: su mirada es una especie de rayos X que ve la vida pasar, la gente simple vivir. La joven que acompaña al joven suicida en sus últimos dí­as es el mejor ejemplo: una completa afirmación de la vida como biologí­a pura. Una joven que bebe jugo de naranja durante el dí­a y ron por las noches, que afirma la sexualidad como su centro y razón de ser («…se maquilla, se viste, se perfuma y habla para el sexo. Descansa para el sexo. Toma jugo de naranja para el sexo, y ron para el sexo. La discoteca y después el sexo. La comida campestre y el sexo…»), que duerme el sueño de los simples; bendición que le es negada al narrador, insomne y lúcido a través de cada noche.

¿Qué nos quiere decir Menjí­var Ochoa con esta novela? Cada uno encontrará seguramente su propia respuesta, o se quedará sin ninguna. ¿Es la absurdidad de la vida? ¿El golpe de adrenalina al jugar con la muerte? ¿La vida como una especie de ruleta rusa prolongada, cuyo final tarde o temprano es la muerte? ¿Una catarsis literaria, donde el personaje muere para que el autor siga viviendo? Toda interpretación es válida. Puede quedar el sabor de un simple coqueteo con la muerte, una variación a un tema recurrente, un juego laberí­ntico a la Menjí­var. Es, sin embargo, una prueba más de la destreza narrativa del autor, quien combina en «Trece» un tema de una intensa carga emocional con una manufactura perfecta. Y retomando el sentido trascendente de la muerte, tal como nos la presentan los misterios del Tarot, donde la idea de la muerte está ligada a la resurrección y la vida, ésta búsqueda podrí­a interpretarse como un deseo de pasar un lí­mite, un umbral, para iniciar algo nuevo. No en un sentido religioso tradicional, sino de una manera más universal, en donde cada muerte da lugar a un nacimiento.

Como toda buena obra de arte, la novela de Menjí­var Ochoa no nos proporciona ninguna respuesta prefabricada, sino que plantea una serie de preguntas esenciales y estimula al lector a encontrar sus propias respuestas. Una muestra más de la calidad de la narrativa salvadoreña actual.