Tratados de ficticio libre comercio


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En general, el mercado libre, aquel mercado en el cual el Gobierno no interviene para impedir la libre producción, el libre intercambio y el libre consumo de cosas económicamente valiosas, es un ideal. La humanidad se ha aproximado en mayor o menor grado a ese ideal. Las mayores aproximaciones demuestran que el mercado libre beneficia más a la sociedad que el mercado no libre (que realmente no es mercado). Se supone que la condición necesaria del mercado libre tiene que ser el derecho.

Luis Enrique Pérez

 


En particular, el libre comercio entre ciudadanos que residen en un determinado paí­s y ciudadanos que residen en otro determinado paí­s, es un ideal, al cual la humanidad se ha aproximado en mayor o menor grado. Empero, el recurso para aproximarse más a ese ideal no son los tratados de libre comercio, porque ellos son renovadas modalidades de restricción de la libertad comercial.
  
   Mediante esos tratados de ficticio libre comercio los gobernantes convienen, por ejemplo, en la clase, cantidad y calidad de los bienes que cada paí­s le exportará al otro; o convienen en la proporción de insumos nacionales y extranjeros que deberán tener los bienes que son objeto del tratado, o inclusive convienen en el precio de los bienes, para evitar que haya competencia desleal.
   
   Un libre comercio entre naciones serí­a idéntico a un libre intercambio entre los ciudadanos de un mismo paí­s. Es decir, de la misma manera que los ciudadanos que residen en un mismo paí­s no tienen que estar sujetos a un tratado gubernamental de comercio interior, tampoco ciudadanos de diversas naciones tendrí­an que estar sujetos a tratados gubernamentales de comercio exterior.
  
   La distinción entre comercio interior y comercio exterior carece de significado económico. Es una distinción meramente polí­tica. Idealmente, el comercio entre naciones tiene que ser libre. Si es libre, no es ni interior ni exterior, del mismo modo que, por ejemplo, en Guatemala, el comercio entre ciudadanos de Quetzaltenango no es comercio interior, ni el comercio entre ciudadanos de Quetzaltenango y ciudadanos de Huehuetenango es comercio exterior.
  
   Con el fin de argumentar en contra del libre comercio entre naciones, se insiste en que no hay libre comercio. Evidentemente no lo hay, o escasamente lo hay. La cuestión esencial, empero, es que debe haber libre comercio entre naciones, aunque no lo haya, del mismo modo que debe haber justicia, aunque no la haya. Por razones polí­ticas de los gobernantes, y no por razones económicas de los gobernados, se dificulta que el ideal de libre comercio entre naciones se transforme en preciosa realidad, y manifieste su enorme potencia benefactora.
  
   Debe haber libre comercio, aunque no lo haya. Debe haberlo, pero no sólo porque es económicamente más beneficioso que el comercio no libre, sino también porque el comercio no libre, impuesto por los gobernantes, restringe la libertad del ser humano. Restringe, entonces, un derecho esencial del ser humano; un derecho que es propio del ser humano sólo porque es humano, y no porque generosamente lo otorga un legislador.
  
   Post scriptum. El 9 de enero del año 1848, en una conferencia de la Asociación Democrática de Bruselas, Karl Marx pronunció un discurso sobre el libre comercio, que finalizó con estas palabras: “…el sistema de libre comercio fomenta la revolución social. Es en este sentido revolucionario únicamente, caballeros, que yo voto a favor del libre comercio.”