Trastorno antisocial


Nydia Guerra Portillo de Mollinedo, Psicóloga

Se denomina así­ al comportamiento de un individuo que muestra conductas que transgreden el orden social para conseguir sus propios fines; como ejemplo, los reos en centros de detención responden a este perfil, son individuos agresivos y creen ser más fuertes que los demás para merecer su respeto.

El rompimiento de normas es el eje principal de este tipo de trastorno de personalidad; los primeros rasgos visibles de este trastorno son los problemas de conducta y de obediencia; son niños conflictivos involucrados en peleas escolares, con repetidas ausencias sin justificación alguna, buscando sensaciones fuertes, agreden a personas mayores (ancianos) y a sus mascotas, son faltos de afecto y atención por parte de sus padres y madres punitivos/as usualmente en hogares desintegrados, manejando poca sensibilidad al castigo.

En su época adulta muestran conductas delictivas, impulsivas e irresponsables en todos los aspectos de su vida, teniendo como patrón conductual el «yo no fui» o «aquí­ no pasó nada», se tornan insensibles al dolor de la pena ajena. Son manipuladores, suplican perdón públicamente o lloran como un niño cuando ha cometido alguna falta, pero pueden cambiar de inmediato sus reacciones de lástima a asombro, de compasión a infundir temor; pero no existe un signo auténtico de su arrepentimiento.

Este tipo de personas desempeñan actividades de liderazgo en grupos pequeños o pandillas juveniles, se involucran en la comisión de asaltos, robos y extorsiones que se convierten en su «modus vivendi», obteniendo con esto una respuesta gratificante a sus conductas y el respeto de sus compañeros.

La ví­ctima. Según el DRAE es «la persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita». Las secuelas que manifiestan las ví­ctimas después de un hecho traumático como un asalto al autobús, asalto a mano armada, violación o testigo de un acto delictivo, aparecen a corto, mediano o largo plazo, y son, entre otras: alteraciones emocionales; traumas (choques o sentimientos emocionales que dejan impresiones duraderas en la subconsciencia); distorsión del valor personal; violación de su espacio privado; temores, pérdida de memoria de hechos pasados y un futuro incierto, reduciéndose su cí­rculo afectivo y pierde la confianza en los demás.

Los niños/as ví­ctimas de alguna agresión fí­sica, psicológica o social, presentan bajo rendimiento escolar, problemas de atención, conductas inestables, temores a ser agredidos de nuevo, se aí­slan de su grupo y se tornan agresivos, demandan afecto, manifiestan ira contra el agresor cuando es conocido, sufren enuresis (incontinencia urinaria) y/o encopresis (falta de control de esfí­nteres que produce la defecación involuntaria), presentan problemas de tipo alimenticio (falta o exceso de ingesta).

Se recomienda el tratamiento psicológico o psiquiátrico para evitar sentimientos de culpa hacia sí­ misma, al reprocharse el haber podido evitar la agresión; en estos casos el apoyo profesional minimiza las secuelas aunque el hecho traumático no se olvidará plenamente. El Estado de Guatemala por medio del Ministerio Público, brinda atención a la ví­ctima para darle seguridad jurí­dica por medio de personal multidisciplinario (médicos forenses, psicólogos, trabajadores sociales, fiscales y otros) para su rehabilitación social.