Tras las Huellas de Chimalapa


Hugo Leonel Ruano

Siempre he planteado algunas interrogantes que tienen que ver con el modo de vida de los antiguos habitantes del asentamiento prehispánico en el sitio arqueológico denominado Pueblo Viejo. ¿Cuál era su rutina diaria? ¿Qué lengua hablaban? ¿Cuál era su etnia? ¿Qué comí­an? ¿Qué medios, agrí­colas y de otro origen, usaban para su subsistencia? El desconocimiento al respecto es bastante, según se deduce de las fuentes a las que quien estas lí­neas escribe ha tenido acceso.


No hay, por consiguiente, algo concluyente al respecto, que aleje toda posibilidad de duda. Es mejor hacerse a la idea de que las preguntas son más que las respuestas, ya que la investigación arqueológica, entre otras, ha avanzado poco. Un poderoso factor digno de ser tomado en cuenta es la condición del enorme atractivo que para el investigador contemporáneo interesado en estos temas representa el occidente del paí­s, y áreas circunvecinas, plenas de ruinas y otro tipo de evidencias, en las cuales el fruto perseguido ofrece menor dificultad por cuanto es mayor la disponibilidad de información, financiamiento, y otro tipo de razones. El oriente, como ahora le llamamos, es menos atractivo, desde este punto de vista, por supuesto.

Para la comprensión de este hecho es fundamental tener en cuenta que en algún punto de la historia, varias corrientes migratorias pasaron por el suelo oriental (ver la cita al final de este artí­culo), rumbo al sur, es decir, lo que ahora llamamos El Salvador. Es importante reparar en que esas corrientes migratorias provení­an de México, su habla era probablemente náhuatl o alguna antecesora, y se asentaron cerca del rí­o Motagua, pero no lo suficientemente cerca que los pudiera arrastrar con sus enormes crecidas, ni tan lejos que los privara de su alimento. El punto en que se asentaron antiguamente en Chimalapa, por la sinuosidad de la lí­nea férrea de hoy en dí­a que los actuales cabañecos conocen como «la curva», está colocado a una prudente distancia de aquel accidente geográfico (rí­o), lo que les permití­a obtener su alimento (pescado y otras especies), y aprovecharse de la humedad del suelo para fines agrí­colas. Toda esta parte del valle del Motagua es de superficie plana.

En los sitios visitados por el arqueólogo cuyos aportes nos sirvieron para elaborar el contenido de ese artí­culo, para la mayorí­a de ellos calculó la ocupación para el perí­odo clásico tardí­o, esto es, ya cerca del año 900 DC. Esto refleja que en los primeros siglos de la era cristiana, la jurisdicción en la que se asienta el actual pueblo Cabañas debió haber tenido varios asentamientos prehispánicos, nuestros antecesores más lejanos, en distintos puntos de la geografí­a cabañeca y siempre próximos a los rí­os El Tambor por el oeste, Motagua por el Norte, y San Vicente por el este, formando una especie de «U», invertida.

Caracterí­sticas del poblamiento prehispánico. En términos generales, se sabe que la población indí­gena varió sustancialmente en tamaño a partir del inicio de la colonización. Algunos investigadores reportan mermas sustanciales, a partir del año 1520 hasta el 1690. Para que se tenga una idea de este fenómeno el señor G. Lovell afirma que la población de la región de los Cuchumatanes, disminuyó progresiva y drásticamente de 260,000 habitantes en 1520 hasta 19,258 en 1690. (Entre las causas, brotes de enfermedades y epidemias mortales, baja tasa de natalidad por desgano de la población autóctona). Ver Historia General de Guatemala, II, p. 322. En el noreste (región que incluye a Zacapa) la variación en los números fue así­: 17,500 pobladores en 1520, a 524 en el segundo año ya citado. (idem). En los inicios de la colonia española en el territorio de lo que hoy es Guatemala, al parecer los conquistadores no tuvieron interés en la fundación de centros urbanos. No fue sino hasta más adelante, a partir de 1540, cuando por medio de una real cédula el Rey español mandó fundar pueblos con los nativos que estaban dispersos en los montes. Es altamente probable que este instrumento legal permitiera la fundación colonial de San Sebastián Chimalapa, llamando a los nativos asentados en los sitios ya descritos, a que se congregaran en lo que ahora conocemos como pueblo viejo, para facilitar el tributo y la evangelización. El informe que ya estudiamos concluye que el Pueblo Viejo es el primitivo asentamiento de San Sebastián Chimalapa, dada la presencia de restos cerámicos del perí­odo colonial, junto a los prehispánicos (los españoles tení­an la costumbre de erigir poblados en sitios prehispánicos). En el caso de los pueblos indí­genas, los conquistadores españoles los redujeron a poblados con sitios fijos, para facilitar tanto la recaudación del tributo como la evangelización. Esta acción polí­tica (llamémosla así­, para facilitar el entendimiento) de corte feudal europeo, era ajeno a la vida de dichos pobladores. Desde el punto de vista de la etnia, es muy probable que los habitantes prehispánicos fueran no de raza maya sino mexica, dada la evidencia lingí¼í­stica. «Sydney D. Markman dice que en un perí­odo de unos 40 años después de haberse iniciado el programa de fundación de pueblos, se habí­an creado en el área actual que comprende Chiapas, Guatemala y El Salvador, alrededor de 161 pueblos cuyos habitantes pagaban tributo» (Hist de Guat, II, p. 323). «A finales del siglo XVI prácticamente se habí­an fundado todos los pueblos que en su mayorí­a aún subsisten, aunque haya habido cambios de nombre en algunos y pequeños desplazamientos en otros» (idem). Por ello, la fundación de pueblos perdió fuerza en el siglo siguiente, el XVII. Chimalapa, por lo tanto, fue probablemente fundado en esa primera gran ola que caracterizó la segunda mitad del siglo XVI.

«Los toltecas, que invadieron el territorio guatemalteco durante el siglo XIII, constituyeron un grupo militarista hegemónico que logró un efecto profundo en estos nuevos territorios. A pesar de que los indí­genas de la actual Guatemala fueron subyugados por el grupo invasor tolteca, este último adoptó las diversas lenguas mayenses en sus unidades polí­ticas. Sin embargo, en estas unidades sobrevivieron influencias del náhuatl, especialmente en el comercio y la diplomacia. El sistema lingí¼í­stico mexicano ciertamente jugó un papel muy importante, que no ha sido bien estudiado todaví­a, en la subyugación militar de los mayas por Pedro de Alvarado y sus aliados de lengua náhuatl». (Michael y Julia Richards. Lenguas Indí­genas y Procesos Lingí¼í­sticos, en Hist de Guat, II, p. 346).

Para entender mejor este asunto y con el ánimo ya de concluir so pena de aburrir al amable lector, es conveniente valerse de una imagen. El Valle del Motagua, histórica y lingí¼í­sticamente visto, es una pequeña isla de clara influencia Náhuatl, inserta en un conjunto mayor (Guatemala como paí­s) de clara influencia maya. De aquí­, entonces, que el indí­gena prehispánico promedio asentado en Chimalapa y alrededores, con alta probabilidad no era de origen mayense sino azteca o mexica, y por ello de habla Náhuatl.

Lo anterior, por supuesto, al momento de la conquista. Pero hay una pregunta que late en el fondo de todo esto: antes de los indios mexicas asentados en suelo hoy cabañeco, ¿hubo indí­genas de tronco mayense asentados en el mismo lugar?