Tras avatares sucedidos, el paí­s queda devastado


Avatares fuera de foco como el Agatha y calamidades recientes que asolan el paí­s en los cuatro puntos cardinales, son referente y motivación para volver los ojos al pasado. La temporada lluviosa mantuvo niveles corrientes, y los efectos no causaron mayores destrozos. Pasa el tiempo, sobrevienen cambios y la precipitación pluvial se torna demoledora como nunca antes.

Juan de Dios Rojas

La capital en años idos, mediante puentes de madera colocados por la municipalidad, auxiliaba a viandantes en algunas bocacalles céntricas, a fin de facilitar el paso peatonal ante corrientes callejeras. Mecanismo utilitario ajeno a cobertura completa, si tomamos en cuenta el poco parque vehicular y una población escasa relativamente, distante de lo masivo.

Los cambios en mención conllevan siempre situaciones por encima de calendas pretéritas. Conducen a ritmo veloz a ubicarnos ahora en una vida de tipo fugaz y agresora. Es un corre, corre, debido a problemas diversos; imposible sea un señuelo, ni asuntos triviales en el ámbito creciente y dominante, fuerte valladar a intentonas de control riguroso y urgente.

Aguaceros de entonces eran dignos de la apostilla de simples pasadas de nube; explicación no académica, tampoco técnica. Acaso proveniente de criterio: empí­rico, fundamentos montaraces en potencial a veces generacional. Hablaban las gentes de capa, sombrero y paraguas. Nunca pasaba por su mente, astuta en algunos casos, de parteaguas ante insistencia de medicastros.

Hoy gracias a la modernidad de las comunicaciones sociales, es posible estar al corriente del pulso diario, local, nacional e internacional. Ante previsiones del Insivumeh la población toma medidas proteccionistas de sus haberes, coherentes a sus posibilidades. Sin embargo, la temporada copiosa hace la diferencia abismal, demasiado notorio y dañino.

A menudo los entendidos en la materia ya señalados, jamás hacen guiños de ojo, conservan como indicador las lluvias interminables, relativas al temporal de 1949, para considerar los avatares actuales, a tí­tulo de catástrofes dondequiera. En la biblioteca del Instituto cobanero leí­amos el diario vespertino El Imparcial con las notas del corresponsal Rafael Escobar Argí¼ello.

Hací­a del conocimiento detalle con detalle, los destrozos acontecidos en Xela, metrópoli occidental, sin dejar en blanco los municipios y departamentos colindantes. Tremendos daños de toda í­ndole; pérdidas humanas, materiales y consecuencias mediáticas impactantes en la economí­a, industria fabril, artesanal, agricultura, comercio, turismo y un etcétera largo.

Ahora en sí­ntesis podemos afirmar que las páginas históricas recopilan con mirage al devenir el panorama desolador generalizado de nuestra bella Guatemala. Asombro, conmiseración, invade nuestros sentidos por tanta mortandad, desaparecidos, desolación y pérdidas cuantiosas, jamás ni nunca registrados. Lágrimas de damnificados generan nudo en la garganta.

Imposible enmudecer en relación a la actuación irresponsable, donde resaltan sinvergí¼enzadas de funcionarios, además de actores de la construcción de la red vial de pacotilla. Igual que manos aviesas de sujetos pí­caros que arrasan bosques dondequiera, sin parar mientes en la extrema vulnerabilidad arrasante de montañas, presa fácil de derrumbamientos.

Dadas las dimensiones que subrayan la tragedia nacional que arruina el territorio patrio, sale a flote la urgente necesidad de contribuir a la reconstrucción. La mejor manera de homenajear la emancipación polí­tica en su 189 aniversario, será poner el tradicional grano de arena en pos del surgimiento del paí­s, como ave Fénix, icono posibilitador.

Atruena el espacio del entorno el clamor que al uní­sono pide en forma unida se emprenda tan colosal empresa de inmediato. Bajo la consigna de que nuestro suelo deberá recobrar nuevos brí­os y esperanza firme. A un lado diferencias de credos religiosos y polí­ticos, con solidaridad.