Traducciones literarias


El proceso de creación literaria tiene infinitas posiblidades; a pesar de que sólo consideremos que se trata de escribir, corregir, reescribir, editar, seleccionar, cortar, corregir y publicar (aunque algunos sólo realicen la primera y la última), el proceso puede ir más allá.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

En esta ocasión, quisiera profundizar en la traducción literaria, la cual ofrece la posibilidad de que más lectores, y más variados, puedan leer lo escrito en otro idioma.

Es cierto, el castellano es un idioma que ofrece un amplio rango de lectores; es una de las lenguas hegemónicas del mundo; la ventaja de un continente casi unificado en el idioma, ofrece una gran apertura para nuestra literatura. Sin embargo, en otros puntos del planeta, publicar en exclusividad en español significa estar invisibilizado

Obviamente, lo mejor serí­a que leyéramos en la lengua original del autor, pero ésa no es la realidad para el común de los mortales; la mayorí­a debemos esperar traducciones para poder acceder a una obra.

Algunos conceptos previos

Augusto Monterroso (1921-2003) fue un autor que básicamente recreó el mundillo literario latinoamericano dentro de sus obras. Y como parte de ello, reflexionó, en varias ocasiones, sobre los problemas y las ventajas de la traducción.

En «La palabra mágica» (1983), publicó «Llorar orillas del rí­o Mapocho», en el cual relata cómo tuvo que acabar como traductor de textos literarios del inglés al español: «Estaba ahí­, pues, sentado, dispuesto a releer el cuento que leí­do un dí­a antes me habí­a parecido el más fácil y divertido, pero que ahora, al tener que pasarlo al español frase por frase, comencé a odiar y a convertir en un enemigo poco dispuesto a dejarse vencer y que se negaba a transformarse en prisionero de un idioma extraño en que las frases eran demasiado largas o explicativas, y en el cual lo que era gracioso y ágil a través de un diálogo increí­blemente simple pero lleno de sentido, se trocaba en algo tonto y forzado, y para nada encajaba en lo que yo, de ser el autor, hubiera dicho o pensado.»

Con ello, se puede observar que la traducción no es una tarea fácil. Un lector bilingí¼e no necesariamente podrí­a traducir; el proceso de lectura en otro idioma, usualmente, llena espacios vací­os de conceptos o palabras que no se comprenden, y que por la rapidez de la lectura, se dejan en blanco, sin que esto interrumpa la compresión del texto, ya que el lector contextualiza lo que supone que dice en las partes que no comprendió.

En una traducción cualquiera, no se pueden dejar esos vací­os, por lo que estar armado de varios diccionarios: de conceptos, bilingí¼es, de usos, regionalismos, son necesarios para traducir.

Aún más, si la traducción es de un texto literario, se complica aún más, ya que, además de identificar la idea exacta que el autor en otro idioma quiso decir, se debe evaluar el ritmo, la suavidad de la prosa; si es poesí­a, incluso se debe intentar respetar la métrica y las rimas, tarea casi imposible.

En cuanto a la traducción de tí­tulos, Monterroso también reflexiona sobre ello. A pesar de que un tí­tulo, usualmente, es una frase corta de tres a diez palabras, no deberí­a representar mayor problema para la traducción.

Pero el análisis del tí­tulo es una tarea ardua y que, si no se tiene cuidado, se puede caer en el ridí­culo. «La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo quién lo tradujo así­, pero quien quiera que haya sido merece un premio a la traición. Traducir The importance of Being Earnest por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insí­pido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde. Claro que todo está implí­cito, pero se necesitaba cierto talento y malicia para cambiar being (ser) earnest (honrado) por «llamarse Ernesto». Es posible que la popularidad de Wilde en español comenzara por la extravagancia de ese tí­tulo», refiere el autor guatemalteco en «Sobre la traducción de algunos tí­tulos» del libro ya citado.

El proceso de traducción

Valentí­n Garcí­a Yebra, un famoso traductor español, reconoce dos fases en el proceso traductológico: «La fase de la comprensión del texto original, y la fase de la expresión de su mensaje, de su contenido, en la lengua receptora o terminal».

En la etapa de comprensión, se decodifica el sentido del texto origen en una actividad denominada semasiológica (del griego sema, sentido o significado). En la etapa de expresión, se recodifica este sentido en la lengua traducida; etapa también llamada onomasiológica (del griego onoma, nombre).

En la etapa de decodificación del sentido del texto, el traductor debe identificar en primer lugar los segmentos que componen el texto original; es decir, debe establecer las unidades mí­nimas con sentido. El segmento puede ser una palabra, frase o incluso una o más oraciones (por ejemplo, un texto completo).

En la etapa de recodificación en la lengua traducida, el traductor debe mantener el sentido del segmento original en un segmento de la lengua traducida respetando el genio de esta última. La reunión del segmento origen con el segmento traducido es lo que se denomina unidad de traducción.

Ambas etapas son de í­ndole recursiva y no necesariamente sucesivas, es decir, el traductor puede volver a desentrañar el sentido del texto origen, una vez que ha recodificado el sentido en la lengua traducida.

Tras este procedimiento, simple a primera vista, se esconde una operación cognitiva compleja. Para decodificar el sentido completo del texto origen, el traductor tiene que interpretar y analizar todas sus caracterí­sticas de forma consciente y metódica. Este proceso requiere un conocimiento profundo de la gramática, semántica, sintaxis y frases hechas o similares de la lengua origen, así­ como de la cultura de sus hablantes.

El traductor debe contar también con estos conocimientos para recodificar el sentido en la lengua traducida. De hecho, estos suelen ser más importantes y, por tanto, más profundos que los de la lengua origen. De ahí­ que la mayorí­a de los traductores traduzcan a su lengua materna.

Además, es esencial que los traductores conozcan el área que se está tratando. Los estudios realizados en los últimos años en lingí¼í­stica cognitiva nos han permitido comprender mejor el proceso cognitivo de la traducción.

La traducción literaria

El pasado jueves, el escritor guatemalteco Luis Fernando Alejos y la traductora Ana Isabel Herrerí­as, de la Asociación Guatemalteca de Intérpretes y Traductores (AGIT), realizaron un ejercicio público interesante.

Consistió en que previamente Herrerí­as tradujo dos poemas de Alejos. Luego, ella ofreció el texto a varias alumnas suyas para que intentaran la traducción. Luego, presentaron los resultados en la Librerí­a Sophos.

Las conclusiones fueron numerosas.

El proceso de la traducción entre Herrerí­as y Alejos inició con una traducción literal, es decir, palabra por palabra, la cual fue ofrecida por la traductora. En la segunda traducción, ella intentó respetar el número de sí­labas en la traducción. Luego, realizó una tercera traducción, con la cual Herrerí­as ya intervino con su propia interpretación.

Con estas tres traducciones, se reunieron con Alejos. «Yo le iba diciendo qué me gustaba; en algunas ocasiones, me quedaba con la duda pero le dejaba a ella la decisión». Con esta retroalimentación, Herrerí­as probaba una cuarta traducción, la cual tomaba en consideración las tres anteriores y los comentarios del autor.

«Trabajar juntos es un ejercicio muy enriquecedor, ya que esa retroalimentación permite que el texto traducido satisfaga al autor», dice Alejos.

Al ya tener las versiones bilingí¼es definitivas de los poemas de Alejos «Llaneros solitarios» y «It defeats the purpose», fueron leí­das frente a público asistente, entre el cual se encontraban las alumnas de Herrerí­as, que habí­an intentado sus propias traducciones. «Algunas versiones contení­an varios aciertos», dijo Alejos, por lo que supone la aceptación de que existen varias posibilidades entre la traducción, las cuales pueden estar bien.

«Es importante que entre el autor y el traductor haya una fuerte amistad, y se pueda trabajar juntos. Debe haber un voto de confianza mutuo», explicó Alejos.

Lo importante en la traducción es reconocer la capacidad del autor y del traductor, trabajar juntos para evaluar las mejores opciones, y tenerse confianza.

Más posibilidades

Ahora, visualicemos las posibilidades de una traducción. Claro, existen aquellas que traducen textos clásicos, cuyo traductor no puede consultar con el autor; también están los casos de traducir textos en otros idiomas al español, para la lectura; pero enfoquémonos en los casos de traducir la literatura guatemalteca a otros idiomas.

El merecer una traducción significa una apertura a otro tipo de mercado, de personas que hablan otros idiomas. Por supuesto que existen aquellas traducciones que no van dirigidas a otro público, como las que se hicieron a las fábulas de Monterroso al latí­n. «Sugerí­ que tuvieran notas al pie de página en griego antiguo», ridiculizó el autor cuando reflexionó sobre la traducción a la lengua muerta.

Pero, en términos generales, una traducción, por ejemplo al inglés o al francés, significa un gran paso para el autor, y la literatura guatemalteca se beneficia por esa apertura.

Miguel íngel Asturias y Augusto Monterroso son dos de los autores que más traducciones han merecido. Varias obras de Asturias ya han sido traducidas al inglés y al francés. O las fábulas de Monterroso fueron trasladadas al inglés por el mexicano Carlos Fuentes.

En ocasiones, también se traducen obras a otras lenguas, como los poemas de Roberto Obregón (1940-1970) al ruso o Luis de Lión (1940-1984) al italiano. Otros autores guatemaltecos que han merecido traducciones son Carlos Solórzano (1922) o Humberto Ak»abal (1952).

En el caso de las novelas, la traducción es más usual, ya que la poesí­a es más complicada. Del sitio www.ronaldflores.com, tomamos esta lista de novelas traducidas al inglés.

De Miguel íngel Asturias (1899-1974), se han traducido Hombres de maí­z (Men of Maize, por Gerald Martin), El señor presidente (The President, por Francis Patridge), Los ojos de los enterrados (The Eyes of the Interred), El Alhajadito (The Bejeweled Boy), El Papa verde (The Green Pope), Viento fuerte (Strong Wind), El ciclón (The Cyclone) y Mulata de Tal (The Mulatta and Mr. Fly).

Además, otros autores, como Arturo Arias (1950) han tenido traducciones de sus obras Después de las bombas (After the Bombs, por Asa Zatz) y Cascabel (Rattlesnake, por Sean Higgings y Jill Robins). También Mario Roberto Morales (1947) con Señores bajo los árboles (Face of the Earth, Heart of the Sky, por Edward Waters Hood).

Una relación especial de traducción ocurrió entre el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1958) y el inglés Paul Bowles, quienes colaboraron en traducciones mutuas. Bowles le tradujo tres obras a Rey Rosa.

Recientemente, el traductor al inglés Gavin O»Toole ha transcrito obras de Oswaldo Salazar (1959) (From the Darkness) y de Ronald Flores (1973) (Final Silence), publicados en Aflame Books, con lo cual da mayor peso a estas publicaciones y otras posibilidades.

La Internet también da paso a posibilidades de traducción, como fue el caso de la editorial por la red Libros Mí­nimos (www.librosminimos.org), que favoreció la traducción al francés de un cuento del crí­tico y literato guatemalteco Francisco Alejandro Méndez (1964).

Para concluir, las traducciones literarias son procesos realmente complicados, pero que ofrecen enormes posibilidades para la expansión y conocimiento de la literatura. En Guatemala, no se ha despertado aún la conciencia sobre la importancia de las traducciones como herramienta para tener más alcance. Sin embargo, en estos últimos años las traducciones empiezan a ser más habituales.

El ejemplo es la de la misma AGIT, que con la puja de Ana Isabel Herrerí­as aconseja a los traductores jurados a que se involucren en el proceso de la traducción literaria.

Termino con las palabras de Luis Alejos, que a su vez cita al poeta guatemalteco Alan Mills, que una edición monolingí¼e, en un mundo globalizado, es insuficiente. De hecho, Mills también ha sido traducido al francés y al portugués, y el mismo Alejos prepara la traducción al inglés de su libro Testamento Futuro. «El cielo es el lí­mite en el tema de las traducciones», dice Luis Alejos.

«Estaba ahí­, pues, sentado, dispuesto a releer el cuento que leí­do un dí­a antes me habí­a parecido el más fácil y divertido, pero que ahora, al tener que pasarlo al español frase por frase, comencé a odiar y a convertir en un enemigo poco dispuesto a dejarse vencer y que se negaba a transformarse en prisionero de un idioma extraño en que las frases eran demasiado largas o explicativas, y en el cual lo que era gracioso y ágil a través de un diálogo increí­blemente simple pero lleno de sentido, se trocaba en algo tonto y forzado, y para nada encajaba en lo que yo, de ser el autor, hubiera dicho o pensado.»

Augusto Monterroso