Toneladas de basura


Es el saldo tangible de los festejos navideños y Año Nuevo. Residuo gigantesco de la mano inconsciente de residentes capitalinos. Bajo el entusiasmo febril de dichas conmemoraciones que involucran a unos y otros, con las excepciones siempre en lista de espera. Desechos mismos de la creciente y dominante sociedad de consumo, en vitrina desagradable.

Juan de Dios Rojas

Despunta el hecho real y devastador de tan pésima costumbre de botar basura dondequiera, en menoscabo del ornato y sanidad. Solidaria sí­, también coherente con entusiasmo que después se fugan en volandas. Considerable suma monetaria se pierde en fracción de minutos de euforia, para dar paso a la escandalosa pirotecnia que invade apetencias colectivas.

Toneladas de basura a expensas de ráfagas epocales de viento, cuya fuerza las lleva de aquí­ para allá sin tregua. Imágenes en desacuerdo directo del perfil ansiado de una ciudad limpia, atrayente y venturosa. Lunar que afea cuanto tiene a su paso de cí­clopes ingratos, rechazados aun por la fantasí­a que imanta el sueño dorado de sus conservadores.

Pirotecnia en su mayorí­a ostensible de fabricación china. Ahora ya no sólo la niñez y adolescencia engrosan sus filas de fanáticos que queman petardos y similares causantes del ruido exagerado. También los adultos participan del juego, tomando parte llenos de orgullo y visible vanidad. En franca como abierta competitividad vecinal a toda prueba sin rodeos.

Una vez más se aleja el calificativo de Tacita de Plata, endilgado a la ciudad. Planes y proyectos acerca de conseguir aquella meta, otrora sello inconfundible de la Nueva Guatemala de la Asunción, andan perdidos. Conmemoraciones como las recién pasadas de Pascua y Año Nuevo lo demuestran hasta la saciedad. El problema tiene muchas aristas complejas.

La pésima costumbre que cuenta con infinidad de seguidores de arrojar a la ví­a pública cuanto encuentran a mano, es un desafí­o que amarra a las autoridades ediles. Pese a la tendencia de Arzú, alcalde metropolitano, de jardinizar el entorno, hay resistencia de vecinos retrecheros. Tal actitud negativa representa real valladar y oponente irresponsable.

Cuando las ciudades a tí­tulo de un macrocefalismo desbordante tienen dicho perfil, las consecuencias no tardan en tornar las cosas en un verdadero laberinto. Su ensanchamiento desordenado genera situaciones al margen de toda planificación urbanista. Los habitantes presentan un cuadro heterogéneo, difí­cil de coordinación y reordenamiento. Eso y mucho más.

Los grupos o sectores conformantes del colectivo capitalino, son ni más ni menos un rompecabezas de costumbres diversas, culturas y usos encontrados. De esa cuenta las acciones exhibidas a cada momento constituyen auténticos abanicos que buscarles solución o en extremo, paliativos sacados de la manga sobre la mesa de la administración municipal en punta.

De suyo la ciudad que nos alberga a diario recibe malos tatos de habitantes en contra de la educación sanitaria y del civismo, a manera de retribución, justo a la ciudad que da albergue, sea como sea. Mayormente en festividades navideñas y de Año Nuevo, propicias para desechar saldos de empaques y envases de regalos, festines, etcétera, no se diga

Todos los materiales consistentes en la gigantesca pirotecnia y consumo descomunal de licores y cervezas, van a terminar en tonelada abandonadas en sitios públicos. Tampoco quedan atrás los residuos provenientes del árbol de cultura exótica y de nacimientos. Productos naturales del bosque trasladado a la capital forman montones de basura.

En tal sentido la Municipalidad mediante su capacidad de abastos y el tren de limpieza tiene sobre sus espaldas la enorme tarea de limpiar sin alternativa alguna esas toneladas de basura. Inclusive entre los segmentos poblacionales debe haber conciencia en forma positiva. Tiempo es ya de deponer cuanto se considera dañino a su calidad de vida.