Tomarse vacaciones


 He probado el consejo de mi amigo y confieso que no me ha ido del todo mal.  ¿Qué consejo?  Pues mire, me sugirió que dejara de leer periódicos, que son muy negativos, que muchas muertes, demasiada tristeza y escasez de anuncios felices.  Al principio me mostré, como siempre, escéptico, pero luego, por pereza, desidia y anemia lectora, probé… Nada mal.

Eduardo Blandón

Llevo cerca de 20 dí­as sin apenas probar bocado de periódicos y lleva ventaja la idea.  He leí­do más libros, me concentro más en mis tareas de trabajo y hasta ya no siento miedo en los semáforos.  Soy casi feliz, como dirí­a otro amigo, sin temer el ruido de las motos que se detienen cerca de mí­.  Por supuesto, sé que vivo en una ilusión, pero a la larga la ficción está a mi favor respecto al estrés y trauma cotidiano.

 

 Además, la terapia la he aderezado racionalizando las cosas.  Recordándome de los dí­as en que era periodista y le proponí­a al jefe de Redacción una nota sobre el éxito de un plan de alfabetización de una ONG (el artí­culo me parecí­a excepcional y ya lo leí­a en mi mente).  Pero la respuesta del experto de la redacción fue directa y sincera: «amigo mí­o, esa no es noticia.  Debes aprender a hacer periodismo, un diario no atiende ese tipo de «noticias»».  

 

La lección fue magistral: nuestro periodismo no es de «buenas noticias».  Lo que priva es la sangre, la violencia, el robo, la delincuencia, las amenazas, la extorsión y las deficiencias por doquier.  Decir que hay nuevas escuelas, que ciertos planes de gobiernos funcionan o que algunas empresas son generosas, como me dijo aquel profesional de la prensa, «no vende».  Quizá por eso, para que aprendiera, me enviaron en aquellos tiempos a hacer notas rojas.  Con el tiempo aprendí­ a reportar accidentes de carros, motines carcelarios, degollamientos, crí­menes pasionales y hasta desgracias en los estadios.  Por último, supe qué era ser «buen periodista».

 

 Evidentemente, hago una caricatura.  El mundo «giornalí­stico» es mucho más de esto que, ahora, para mis propios fines, traslado a los lectores.  De lo que escribo es que a veces es saludable darse vacaciones, gustar nuevos sabores literarios y refrescar la mente.  Permanecer todo el tiempo en lo mismo, embota, produce pesadez y limita la capacidad de juicio.  Vacacionar y aislarse, irse del paí­s (aunque sea sólo a El Salvador), puede ser una medida vital para expulsar la basura recogida por el ambiente malsano. 

 

Sobre todo es recomendable ausentarse de los temas nacionales.  No seguir hablando de lo mismo, filosofando de lo mismo y discutiendo lo mismo.  Pensando que somos los salvadores del mundo, la piedra de toque, el eslabón perdido, el mesí­as anunciado.  Nada de esto somos.  Aunque, claro, cierta literatura de baja catadura y seudoprofetas nos dirán todo lo contrario, provocando en nosotros cargos de conciencia por la muerte de palestinos, los incendios en Rusia y hasta por la guerra de Irak.

 

Esta no es una capitulación al compromiso, algo hay que hacer, el imperativo debe estimularnos todo el tiempo.  Hablo de retirarse cuarenta dí­as al desierto, como aquel judí­o que inauguró nuestro calendario, para olvidarse de publicanos, cobradores de impuestos, prostitutas y endemoniados.  Es tan saludable que ya no sé ni cómo decí­rselo.

Â