Tomando café


Rafael Pérez Ortolá

Una humeante taza de café ejerce un fascinante atractivo; si a esto añadimos el aroma caracterí­stico, las sensaciones se convierten en placenteras. A ello se añaden una serie de condiciones asociadas que llegan a conferirle un matiz enigmático. Entre las propiedades del café y los factores relacionados, cuando se toma una taza de buen café, se llevarán a cabo otras muchas cosas a las que haré referencia. ¿Intrascendentes? ¿Muy convenientes?


El aura del café se inicia con una gran retahí­la de PROCEDENCIAS exóticas. Aunque sean sensibles las diferencias en intensidades y sabores, sobre todo con los matices de su amargor; el exotismo de sus orí­genes planea en todo su uso. Desde la India, Arabia, paí­ses centroafricanos, llegando a las Américas, Colombia o Brasil. Auténtico toque de lejaní­a, peculiar panorámica. Dejaremos aparte la fama de cada clase de café para los curiosos, la calidad para los más técnicos y de los gustos, respetaremos uno para cada degustador. La quí­mica representa el envés del panorama geográfico, la otra cara. Su esencia y su concentración se transforman en una serie de estí­mulos orgánicos saludables. Las posibles acciones derivadas, ya no dependen del producto. Tenemos ejemplos continuos de abusos y maldades que no nos hubiera gustado estimular.

No me negarán la importancia, y el encanto, de los locales donde se podí­a tomar un buen café, con todas las bendiciones al uso. Enseguida habremos de anotar los constantes cambios en este sentido. Aquellos vetustos locales para sentarse plácidamente, los amplios salones públicos…, se han ido convirtiendo en locales de usar y tirar, valga la expresión, desde los incómodos taburetes, estrecheces y codazos. La comodidad dio paso al bullicio. Quizá grandes habitáculos, pero distribuidos de tal manera que promueven a la agitada coincidencia de personas y al constante movimiento. Dificultan actitudes reposadas. Si incluimos en el repertorio a esas oficinas y negociados con un lí­quido desvaí­do a disposición de sus empleados y ejecutivos; aún manteniéndose los orí­genes, las demás cualidades del café se quedaron muy amortiguadas.

Las formas y MANERAS de ingerir esta infusión entrañan unos matices cualitativos que merecen un recuerdo. Fí­jense primero en un horror frecuente, sobre todo en ámbitos apresurados, servicio primero e ingestión posterior utilizando un vaso de boca ancha y cierta altura; los aromas se descalabraron por el camino. La antí­tesis del humeante café mencionado. Algo similar encontramos en ese trago de sopetón, apresurado e insí­pido, por veloz. Una pura ingestión quí­mica. Si la admitimos como necesaria, fiel reflejo de unas formas de actuación muy mecanizadas. Podemos apreciar el contraste con las degustaciones entretenidas, las sobremesas y otras versiones. Aquí­ se introduce también el factor numérico, uno o varios, muchos cafés al dí­a; así­ como los intervalos entre las ingestiones. De lo útil y conveniente, a un claro efecto tóxico, nos harán valorar estos datos.

¿No observan ustedes demasiadas hipocresí­as y terquedades a la hora de afrontar los diversos TERRORISMOS? Vivimos una espiral de imposible retorno, el resorte saltó, ya no hay lugar para la activación de los frenos, aquí­ no hay ida y vuelta; sólo una nefasta huí­da hacia el infinito, en este caso terrorí­fico e interminable. Se piden más diálogos que no pasa de peligrosas huidas. Uno echa de menos el remanso facilitador de unos encuentros, en torno a una humeante infusión que tranquilice y sincere, para tratar estos asuntos fuera de la barahúnda.

Esas mí­nimas pausas son esenciales para la convivencia, posibilitan la captación de algunos detalles errantes hasta entonces. Sin ese talante de placidez es difí­cil el buen contacto para la percepción de los matices. La crispación y el revoloteo impiden esa percepción anhelada y necesaria. A diario nos cuelan MENTIRAS de todas clases y tamaños. Supongo que no hará falta enumerar engaños polí­ticos, declaraciones sibilinas de los personajillos públicos, informaciones tendenciosas o pantomimas de esa calaña. No veo la solución en grandes leyes o retóricas. Hemos de conseguir unas relaciones renovadas, próximas y consideradas, entre unos y otros. Ahora bien, como eso no se puede comprar, serí­an bienvenidas las actitudes reposadas, como las comentadas en estas lí­neas.

Para que no se escondan en ideas o teorí­as complejas las actuaciones de determinados protagonistas -Negocios, servicios profesionales, polí­ticos, etc.-, hace falta también ese mí­nimo de remanso para la detección y denuncia. Ya basta de camuflajes, pensemos un poco y tras un sorbo tranquilo, miremos a los ojos de los interlocutores. No conseguiremos heroicidades, pero sí­ alguna solución más, abriendo las puertas a posibles ENCANTAMIENTOS deliciosos. Así­, una lectura ambientada de esta manera, se convierte en placentera y hasta sensual, entre aromas y nubes estupendas. Cuando estemos varias personas, ese momento de mirarse directamente a los ojos, explica de por sí­ las categorí­as innombrables que eludí­amos. Cuando mantenemos la mirada del interlocutor, los horizontes se expanden, las posibilidades se renuevan. Y de eso se trata, una recuperación de la comunicación social y personal.

En estos avances de las relaciones entre humanos se alcanzan cotas entrañables, siempre que evitemos los desmadres. Si entramos en el terreno de los AURíšSPICES, los posos de aquellas tazas olorosas y humeantes de café, dejan como resto unas imágenes y unas manchas que nos pueden arrastrar al campo imaginativo de la adivinación. Aunque dudáramos de sus bondades, conscientes de sus impotencias; al menos nos rendirí­amos a la cercaní­a de esa comunicación. Cara a cara, se pronuncian los dictámenes y entran en contacto variadas sensaciones. Entran en simbiosis las cualidades de quien lee esos posos con las cualidades receptivas de sus acompañantes. No constituirá una verdadera profecí­a, no brotarán certezas. No obstante, demos la bienvenida a una simpática vibración del conjunto.

Para conocernos, para valorarnos unos a otros en lo que somos, para poder conseguir unos modestos territorios de acogedora felicidad; no necesitamos llegar a las grandiosas palabras. A veces es suficiente una PEQUEí‘EZ. Si de tan enormes conceptos nos sentimos superados, ¿de qué nos sirven? Al calor de esa taza de café comentada hoy, me adhiero a los versos de Ron Ridell: «Sólo hay un encuentro, un saludo: / el cielo, los campos, la puerta abierta». Con ellos, participaremos un poco más en la elaboración positiva que necesitamos cada vez con mayor urgencia.

Si entramos en el terreno de los aurúspices, los posos de aquellas tazas olorosas y humeantes de café, dejan como resto unas imágenes y unas manchas que nos pueden arrastrar al campo imaginativo de la adivinación.