Todos somos culpables


Los desastres polí­ticos como el ocurrido cuando los diputados eligieron magistrados no honorables, corruptos o deshonestos no son de origen espontáneo. Todo es consecuencia de un largo proceso nacido desde cuando con nuestro voto hemos llevado a ocupar cargos de elección popular a elementos que, en vez de construir un mejor paí­s se han puesto a destruirlo. A lo anterior hay que sumarle la tradicional indiferencia ciudadana por permitir normas electorales antidemocráticas o movidas por nefastos intereses.

Francisco Cáceres Barrios

A nadie le gusta que el presidente Colom siga pretendiendo vernos cara de lo que no somos, cuando dice: «Ya tenemos Corte, ya se acabó el tema y, a trabajar» como si no nos constara que la decisión de seleccionar y elegir magistrados no estuvo sólo en manos de los diputados, sino que el mismo mandatario y el resto del andamiaje politiquero oficialista son los que han determinado su actuar y comportamiento. ¿Por qué agachamos la cabeza y con nuestro silencio aceptamos lo dicho? El mérito de haber intentado depurar la elección de magistrados se lo debemos indiscutiblemente a la diputada Nineth Montenegro y a quienes abierta y firmemente decidieron acompañarla, pero nótese que el problema empezó desde la integración de las comisiones postuladoras, hasta terminar propiciando la debacle que logró traerse al suelo sus esfuerzos.

Los listados llegaron al Congreso con dados cargados y esto facilitó la tarea de los cí­nicos representantes para cumplir las directrices amalgamadas con intereses polí­ticos que cada uno tiene. Todo les salió a pedir de boca, especialmente porque la «oposición polí­tica» brilló por su ausencia cuando más se le necesitaba, para luchar fuertemente por contener una elección amañada por las fuerzas más corruptas que nuestro paí­s ha tenido en su historia.

Lo cierto es que no fue ningún triunfo haber eliminado a unos cuantos electos magistrados. No nos engañemos, falta mucho camino por recorrer para lograr una justicia pronta y eficaz y no debiéramos contentarnos con que sólo la llamada sociedad organizada o la CICIG carguen con la responsabilidad de seguirlo. Tampoco fue suficiente la lavada de cara de los diputados en la segunda etapa de la elección. Por ello insisto en pedir que dejemos de ser comparsas de tanto politiquero que se rí­e de la ignorancia, dejadez y absurda complacencia de un pueblo, para satisfacer a su mejor sabor y antojo sus intereses particulares.

Aunque haya quienes se sientan complacidos por los pí­rricos logros alcanzados, no podemos confiar en que lo malo se va a componer por sí­ solo. Son tan fuertes los intereses creadores de corrupción e impunidad que van a seguir siendo obstáculo para nuestro progreso y desarrollo. El momento de unificar esfuerzos ha llegado. No debemos cejar en nuestro empeño para ponerle coto al dominio de los poderes ocultos empeñados en gobernar y dirigir los destinos del paí­s, lo que hasta el momento han logrado, por muy triste que resulte reconocerlo.