Abrigados contra el fuerte frío decembrino, Dave Willis y su esposa Sue paleaban nieve de la entrada del pub The Raven Inn. Wendy Holifield sacó a la entrada la pizarra para atraer clientes. Jim Pilkington avivó el fuego y se aseguró de que los grifos de cerveza funcionaran.
Gran Bretaña sufría una ola de frío severo, pero en este pub galés la vida seguía su curso. Para sus empleados, era muy importante que el local abriera, sin importar el mal clima. Esto es porque son parte de un grupo de voluntarios locales que se hizo cargo del lugar luego que éste cerró en medio de la crisis financiera.
El Raven Inn tiene 290 años y es el único bar en este pequeño pueblo galés de las colinas conocidas como Clwydian Hills. La población de apenas 600 personas y los crecientes costos de operación convencieron a su antiguo dueño de vender la propiedad, noticia que los habitantes recibieron con incredulidad.
El pub era una parte importante de su comunidad. Y los pobladores hicieron algo que se está volviendo común en Gran Bretaña: se juntaron para hacer frente a la austeridad.
En todo el país, grupos de voluntarios han reabierto las bibliotecas públicas cerradas por recortes presupuestarios, organizaciones de padres han creado nuevas escuelas y, en el pueblo de Faringdon en Oxfordshire, el servicio de autobuses está en manos de voluntarios.
Los pubs, una institución de la cultura británica donde se celebran bodas, se lamentan muertes y se comparten las noticias del día, están cerrando a un paso acelerado: en 2009, unos 900 dejaron de operar. Como respuesta, algunos habitantes han hecho lo que hicieron los habitués del Raven Inn: en diferentes partes del país, hay hasta ahora seis pubs manejados por sus comunidades. La mayoría abrieron después del inicio de la crisis financiera.
Para los residentes de Llanarmon-yn-lal, el Raven Inn era parte de su identidad como pueblo. Realizaron reuniones de emergencia, recolectaron fondos y le compraron al dueño su licencia comercial.
En 2009, el Raven Inn reabrió. Operaba con un préstamo de unas 1.500 libras (2.400 dólares), el primer mes de alquiler gratis y el trabajo duro de un grupo surtido de pobladores. Eligieron un comité directivo, integrado por un ex cartógrafo marino, un constructor de estanterías, un vendedor de seguros y, por suerte, un ex barman.
El grupo recurrió a Mike Watkins, un chef retirado que se había mudado al pueblo hacía un año, y éste aceptó encargarse de la cocina.
Antes de reabrir, unos 70 voluntarios se presentaron a trabajar para limpiar la cocina, pintar las paredes y colgar adornos que trajeron de sus casas.
«En cualquier grupo de gente, siempre encuentras a los hacedores y los no hacedores», dijo Dave Willis. «En este pueblo, al parecer tenemos una proporción de hacedores mayor que la normal».
Hoy, el Raven Inn también funciona como oficina de correos, otro tipo de institución local que está cerrando en todo el país. Los jueves al mediodía, se brindan servicios postales durante dos horas. Conseguir la licencia del Correo Real fue otro paso para unificar a la comunidad.
El Raven Inn es un ejemplo perfecto del cambio que ha vivido Gran Bretaña desde la crisis, dice Carey Cooper, profesor de psicología y salud de las organizaciones en la Universidad de Lancaster. El país está adaptando sus principios para ajustarse a una noción más europea de la importancia de la comunidad, asegura.
«Europa, en especial Gran Bretaña e Irlanda, se habían subido al carro estadounidense», afirma Cooper. «Estábamos frente a las costas de Nueva York, éramos el puente entre Estados Unidos y Europa occidental en cuanto a estilo de vida, esforzándonos por el materialismo y el éxito».
«Cuando la burbuja estalló, nos hizo reflexionar», agrega. «Gran Bretaña ha decidido quedarse en el medio, tomando algo de la energía y vigor estadounidenses, pero con énfasis en el trabajo en equipo».
Esta nueva actitud se refleja incluso en el mundo político, donde el nuevo gobierno de coalición intenta difundir la idea de una «Gran Sociedad», que promovió el primer ministro David Cameron en un discurso reciente.
Cameron presentó un proyecto de Ley de Localismo, que quitaría poder al gobierno central para dárselo a los ciudadanos y las comunidades. También anunció que planeaba medir el nivel de felicidad de la población. Estas ideas son parte de su llamado a debatir «cómo podemos construir una mejor vida juntos», expresado mientras criticaba a empresas y gobiernos por darle máxima prioridad al crecimiento económico y al dinero.
En Llanarmon-yn-lal, no hay dudas que la prioridad es la calidad de vida. En una reunión reciente del comité, se evaluó la idea de contratar un gerente a tiempo completo, pero pronto quedó descartada.
«Había una gran oposición porque si traes a alguien de afuera, ya deja de ser algo de la comunidad», dijo el actual presidente del comité, Meirion Jones. «Que los pobladores estén involucrados hace que el pueblo se sienta dueño».