Cuando se produjo el asesinato de los diputados del Parlamento Centroamericano y luego el de sus asesinos en el centro penal El Boquerón, hubo entre la ciudadanía la sensación de que la crisis institucional era muy grande. Se habló inclusive en varios medios del evidente Estado fallido y hubo muchos planteamientos para profundizar en la necesidad de cambios de fondo para mejorar la situación.
En eso vino la sucesión de visitas, encabezada por la arrogante de Bush, y todo empezó a diluirse. La Semana Santa fue como la puntilla para la atención ciudadana sobre el problema de la crisis institucional y a estas alturas ya nadie piensa en eso y algunos creen que con el cambio de Ministro de Gobernación se ha resuelto el problema. Nada más lejos de la verdad, puesto que el problema no fue producto de Carlos Vielmann, sino que fue resultado de un deterioro progresivo de todas las instituciones del Estado, al punto de que ninguna funciona como debe ser.
Veamos ahora el caso de Chixoy y el INDE para corroborar que nada funciona en este país por falta de previsión, de políticas sensatas y de elemental sentido de responsabilidad. Las instituciones han sido descabezadas y sirven apenas para mantener a una partida de irresponsables cobrando sueldos por trabajos que no desempeñan con propiedad. No construimos nada y lo poco que se construyó en el pasado no recibe mantenimiento adecuado. Colectores y generadoras eléctricas son apenas una muestra de lo que estamos diciendo.
Pero volvemos a constatar que no es culpa de los políticos ni de las autoridades ese descalabro, sino de un pueblo incapaz de exigir, de protestar seriamente para demandar eficiencia y honradez. Pasó el escándalo que se hizo con la corrupción de Portillo y este gobierno entregará las instituciones sin el menor cambio de procedimientos, porque nadie quiso hacer lo que era necesario para impedir que los corruptos pudieran hacer micos y pericos con los fondos públicos. Seguramente porque así es como les conviene a todos, especialmente a los más largos que son los que saben cómo manipular las cosas.
Al día de hoy estamos viendo que la idea de una reforma del Estado, de cambios profundos, ha pasado a la historia porque nadie se interesa en el asunto. Ni siquiera porque los políticos en campaña debieran ser los primeros en mostrar al menos algún interés por hacer planteamientos serios y profundos. Nadie, desgraciadamente, se preocupa u ocupa por las cosas de fondo y dejamos que lo cotidiano, el día a día, nos vaya consumiendo sin visión de largo plazo, sin acciones para asegurar la eficiencia institucional del Estado y de la sociedad en su conjunto. Lástima que lo único que vamos atesorando en nuestro país es una larga sucesión de oportunidades perdidas y la que nos ofreció esa tragedia de los diputados del Parlacen es otra que engrosa la lista.