El diagnóstico situacional al respecto da grima. Incuria, abandono, desinterés, en fin muchas causas generan un efecto al borde del colapso. En todos los ámbitos del país puede detectarse el avance veloz de tan alarmante problemática. Pero hasta el momento no vemos por ninguna parte la urgente necesidad de la solución que el caso amerita.
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En lo humano, esencial por naturaleza, existe con enormidad, una sintomatología aguda y envolvente. Actitudes demostrativas de descomposición social son indicadores de contaminación, referentes a la moral y ética. Principios básicos en la educación formal o informal, están ausentes, o reprimidas, debido a presiones fuertes de orden delincuencial.
Con sobrada razón y legítimo derecho los pueblos cifran esperanzas en el adelanto y desarrollo del mejor elemento integrante, que forma sus filas. Recae en ellos el compromiso ineludible de proyectarse después, mediante comportamientos de índole positiva. No cabe entonces hacerse los desentendidos, ni escabullirse de retribuir el caudal recibido.
Respecto a la impunidad, el ímpetu grosero de tanta corrupción y desorden administrativo refleja directo una contaminación bárbara. Es notorio el mal manejo de millones perdidos, resultante desde luego de procederes incorrectos de funcionarios y personas individuales y jurídicas al margen de la ley. Sin embargo, continúan con paso de vencedores.
La contaminación objetable como repudiable, desde cualquier punto de vista, induce a la pérdida definitiva de credibilidad, antes punto de partida. Actualmente, merced a cambios bruscos, no menos acelerados abundan mucho situaciones sorpresivas, empero, para desventura al final de cuentas son consideradas algo ya corriente y natural.
Hay que admitir de paso el hecho fuera de lo común que vivimos en una ciudad contaminada en el aspecto material también. En efecto, la capital densamente poblada pierden calidad de vida sus habitantes. Ellos mismos contribuyen de alguna manera a tal situación desventajosa. Igual es lamentable pero una realidad amarga que las cosas pasen.
Tocante a la infraestructura física, así sea su tipo arquitectónico y materiales utilizados, de modo recurrente recibe daños severos por obra del humo negro. Pesadilla que nada ni nadie se atreve a impedirlo a través de leyes y reglamentos de rigor, antes que sea demasiado tarde, por el intenso avance inconmensurable.
Y adonde dejamos la contaminación audial y visual, responsables también de la pérdida de salud general de los pobladores. Atruenan el espacio vehículos con motores desafinados, altavoces de iglesias cristianas; inclusive unidades móviles sin control de decibeles. Ocasiones molestias visuales y pérdida del paisaje la infinidad de vallas publicitarias.
En ocasión de las conmemoraciones de fin de año, cobra más vida el ruido, derivado de agasajos Navideños y de Año Nuevo. De consiguiente hay un repunte de contaminación durante el día, hasta el amanecer. Pasó a la historia el respeto al derecho ajeno, sustento primordial de la verdadera convivencia pacífica.
De vez en cuando los medios dan a conocer, ante el asombro general de los habitantes indefensos en tal sentido, el caso de los ríos contaminados. De suerte sin suerte que los vecinos corren inmenso peligro en su salud, al abastecerse de dichos caudales. Las municipalidades optan por quedarse de brazos cruzados, ¡qué pena!
A propósito, lo orografía nacional en su lista de contenidos, pone el dedo en la llaga, a tiempo de registrarse mayor problemática. Desde tiempos atrás lagos de Amatitlán, y Atitlán se encuentran demasiado contaminados. Sus hermanos menores, las lagunas son víctimas evidentes de la referida y dañina contaminación en marcha.