Durante años, los guatemaltecos nos hemos quejado de la estructura de nuestro deporte y de la ausencia de planificación, en todo el sentido de la palabra, pese a los enormes recursos que por mandato constitucional se asignan al deporte federado y los enormes fracasos en las diferentes competencias han provocado verdadero clamor para que se haga algo a fin de cambiar el sistema de administración de la actividad deportiva en el país.
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Sin embargo, el resultado del pasado sábado, que nos ha llenado a todos de felicidad y orgullo, viene a ser en la práctica un serio revés para el futuro del deporte nacional porque crea el espejismo de que hemos realmente avanzado y a lo mejor algunos hasta creen que realmente hemos resuelto el problema porque ya llegamos a un Mundial y, además, pasamos a la siguiente fase. Todas las vicisitudes y frustraciones de tantos años quedan en el olvido, sepultadas por la euforia justificada que provocó el gol de la Selección cuando faltaban nueve minutos para el final del partido.
Y esa es la eterna historia de Guatemala, país que nunca toca fondo porque siempre nos agarramos del hilo de esperanza y siempre se produce el hecho mágico que desata nuestra ilusión. Lo mismo pasa cada cuatro años con la política, puesto que siempre terminamos hartos del gobierno de turno, pero igual que con el gol de Guatemala, nos entusiasmamos cuando hay un nuevo gobierno elegido por el pueblo y creemos que con ello se resolvió el problema, como si el mismo fuera únicamente cuestión de personas y no de sistemas.
Razones para estar felices por el resultado del sábado abundan y nos tenemos que sentir orgullosos de ese triunfo. Es más, hasta podemos alentar la esperanza de que nos vaya bien contra Portugal y a lo mejor sorprendemos al mundo entero pasando a cuartos de final. Pero eso no significa que nuestro futbol vaya por buen camino y basta recordar lo que sentimos al encajar las goleadas de los dos primeros partidos. ¿Cuál es la realidad de nuestro futbol? Yo pienso que la misma está más ligada a los primeros resultados que al triunfo del sábado, aunque estoy convencido que ahora será imposible que alguien piense en proponer cambios, en demandar una nueva actitud y visión porque nos conformamos con haber logrado un triunfo que nos pasa a otra ronda en los mundiales.
Si esa actitud fuera únicamente en el deporte sería suficientemente grave, pero resulta que es en el fondo nuestra actitud ante la vida. No nos gusta vivir ratos colorados y nos mantenemos viviendo ratos descoloridos que se vuelven soportables cuando pasa algo así. Somos un país con un gran déficit de educación, pero tenemos un Premio Nobel de Literatura. Somos uno de los países más violentos del mundo y con una historia terrible en materia de derechos humanos, pero tenemos Premio Nobel de la Paz. No tenemos noción ni concepto de la política exterior ni mucho menos capacidad de actuar sin alinearnos, pero nos integramos al Consejo de Seguridad de la ONU. No tenemos futbol, pero pasamos a octavos de final en una copa del mundo. Nuestros niños se mueren de hambre, pero podemos presumir de tener lugares de alta cocina que no dejan nada que envidiar a las grandes ciudades del mundo.
Y así nos mantenemos, a medio vapor en todo y sin proponernos realmente un cambio que nos saque de la mediocridad. Me alegra como a todos el triunfo de los seleccionados, pero me preocupa su efecto narcótico en la mentalidad y actitud de quienes saben perfectamente que el sistema no funciona y que urgen cambios de fondo. Y después de la elección pasará lo mismo, pues se volverá a soñar que “tal vez ahora síâ€, para despertar desengañados en pocos meses.