Aunque sabemos que todo cada día está más caro, dicho fenómeno socioeconómico se registra en la mayoría de países, y en el nuestro es palabra mayor. Ello resulta tanto más crítico, por cuanto de suyo anda la vida a palitos, como solemos expresar en términos de buen chapín.
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Años ha la escalada viene cobrando dimensiones desaforadas, mismas que causan sin que quepa duda la pobreza y pobreza extrema. Los precios a diario exhiben cantidades a decir verdad imposible de satisfacer la capacidad de pago del colectivo nacional, excepto quienes tienen dinero.
De consiguiente, al no haber capacidad de pago, es obvio que tampoco puede la gente realizar cualquier operación de compra, a menos un golpe de suerte o de simple magia, mera fantasía. Pero a título de compensatorios en medio del desequilibrio reinante, vemos movimiento.
Familias enteras pasan un vía crucis permanente para llevar a su mesa dos, tres cosas o artículos de la canasta básica, ahora un canastillo de juguete, negación de los satisfactores mínimos. Casos de Ripley, empero muchos connacionales sólo hacen cada día un tiempo de comida.
El asunto endosa cuestiones en contra, la devaluación del quetzal, las corrientes neoliberales, de ajuste el TLC y la globalización se ensañan en perjuicio de nuestras mayorías. En resumen conforman coyunturas adversas a la postre, capaces de constituir presas y topes enormes.
Cuando decimos que todo cada día está más caro no estamos descubriendo el agua azucarada ni nada por el estilo. Los productos, bienes y servicios hacen apuestas con tal de exprimir hasta el último quetzal devaluado del asalariado, alarmado cómo el dinero se va como agua.
Mientras los países desarrollados no cumplan alguna vez los compromisos que adquieren en los cónclaves mundiales en beneficio de los pobres y desposeídos, el problemón seguirá de frente. La soga al cuello termina con lo poco que gana la población, hora es ya que se sensibilicen.