Todaví­a andamos lejos


Editorial_LH

Es un espejismo que el caso Portillo sea un paso adelante en la lucha contra la impunidad, puesto que hay que reconocer que se trata de una cuestión en realidad aislada que tiene otros orí­genes a la búsqueda de la justicia. Si tal fuera el propósito de la sociedad, estarí­a presionando para que todos los casos de corrupción fueran tratados con energí­a y no simplemente en el que más cobertura mediática recibió.

 


Los guatemaltecos tenemos que abandonar esa doble moral que nos hace ser severos en el juicio a unas personas y complacientes en los casos de quienes pertenecen a la alta sociedad. Es criterio generalizado que quienes no forman parte de ese cí­rculo selecto son simples y vulgares ladrones cuando participan en actos de corrupción, mientras que los otros no roban sino hacen negocios, que es muy distinto conceptualmente, pero a la larga resulta que las cantidades que se embolsan en el enriquecimiento ilí­cito son mucho mayores. Y todo se justifica porque “saben hacer las cosas” y cuentan con los cómplices adecuados para que el saqueo parezca eso, un buen negocio.
  
   No compartimos el criterio de que estemos dando un paso firme contra la impunidad, porque para empezar el proceso local contra Portillo no prosperó y simplemente se le estará enviando a Estados Unidos para que allá sea juzgado. Pero mucho más que eso, lo que importa es que ese caso es totalmente aislado y no hay visos de que se pueda reproducir en otras situaciones que también claman por justicia. Nuestro sistema interno se ha mostrado ineficiente para promover la transparencia y hasta nos callamos al ver que se eliminó el enriquecimiento ilí­cito de la lista de delitos debidamente tipificados, lo que significa que en Guatemala embolsarse dinero público y amasar así­ fortuna no es ni siquiera objeto de castigo penal.
  
   Cuando la justicia no es pareja huele más a venganza que a justicia y eso es lo que pasa ahora. Por supuesto que Portillo no es excepción en cuanto al uso del poder para propio beneficio, pero está lejos de esa creencia popular de que ha sido el más ladrón de los que han pasado por el poder porque si eso lo medimos por la cantidad de dinero que se clavaron, como debe ser, hay otros que multiplican en forma escandalosa lo que ellos y sus paniaguados se llevaron haciendo “negocios” a la sombra del poder.
  
   La corrupción es un flagelo grave que se alienta en la impunidad existente en el paí­s y en la indiferencia de sectores que se hacen de la vista gorda de los “negocios” y sólo miran los cajonazos. Es en los grandes negocios, encubiertos en privatizaciones, fideicomisos y otras figuras bien buscadas, donde está en gran trinquete.

Minutero
Condenamos al ratero
tolerando al trinquetero;
todo al fin es corrupción
que hace daño a la Nación