Tiro por la culata


Editorial_LH

Uno de los “grandes logros” del gobierno de Otto Pérez Molina, cacareado a diestra y siniestra, fue la aprobación de la reforma tributaria que a trompatalega aprobaron los diputados sin tomarse la molestia de siquiera leer lo que les habían preparado los “técnicos” del gobierno en el área fiscal. Se suponía que con ese importante paso, que en realidad fue una especie de acto a mansalva porque sin discusión ni trámite se lograron los votos mediante los procedimientos ya conocidos, se iba a garantizar el incremento de los ingresos fiscales para resolver el problema.


El sector privado, eterno opositor a cualquier reforma en el campo fiscal, fue tomado con los calzones en la mano y no pudieron reaccionar ni realizar ninguna campaña de las que acostumbran en tales circunstancias. Sin embargo, pronto se dieron cuenta que no hizo falta porque el mamarracho aprobado por los diputados es de tal calibre que dejó enormes flancos abiertos para las impugnaciones que han estado a la orden del día.
 
 Y el tiro le salió por la culata al gobierno que pecó de bisoño y quemó uno de los asuntos más importantes que podría haber logrado por culpa de la mediocridad de los promotores de la iniciativa que no tuvieron tino ni talento para hacer algo bien hecho.
 
 El pagano de la fiesta, sin embargo, terminó siendo el anterior Superintendente de Administración Tributaria, quien advirtió que no se llegaría a la meta de recaudación; en vez de averiguar el sustento de su tesis, lo removieron por inútil y ahora resulta que la baja en la captación de ingresos es aún más grave de lo que había estimado el responsable de la SAT.
 
 El gobierno que hizo la reforma fiscal a la brava, está pagando las consecuencias de su propia incapacidad con una disminución notable de los ingresos fiscales que pone en peligro la disciplina que en esa materia había sido salvaguarda de nuestra economía aun en tiempos críticos.
 
 La sucesión de escándalos de corrupción, que se está dando en forma sin precedente, es un factor crucial en el comportamiento de los contribuyentes porque la moral tributaria desaparece cuando existe un comportamiento tan descaradamente voraz de los funcionarios públicos que demuestran que cada acto de la administración tiene como razón de ser y como única motivación, el negocio, la comisión o el soborno que se reparten gustosamente con los poderes tradicionales y emergentes que ya aprendieron a convivir y a entender que ganan más si no pelean que cuando se atacaban unos a otros.

Minutero:
Cuando suben el impuesto 
y desbocan la corrupción 
hay que dar siempre por supuesto 
que no habrá recaudación