El Estado tiene la obligación de invertir bien y debe ser duramente penalizada cualquier acción que signifique derroche de los recursos públicos. Si algo ha sido una tiradera de pisto es el sistema actual de transporte público que se ha consumido en los últimos años alrededor de 300 millones de dólares, más de dos mil millones de quetzales, para mantener una estructura deficiente, peligrosa, y que denigra al usuario por la sola concepción errónea que se tiene del negocio que debiera ser un servicio al público.
Si con mínimo de decencia y una pizca de sabiduría, las autoridades nacionales y municipales se hubieran puesto de acuerdo para hacer buen uso del dinero, a estas alturas debiéramos tener un sistema moderno, eficiente y seguro de transporte público para atender las necesidades de una población en constante aumento. Guatemala podría disponer de medios de transporte colectivo que permitieran abandonar la necesidad de cada familia de disponer de al menos un medio privado de transporte que congestiona el tránsito porque no ha existido, además, planificación vial para mantener fluidez.
Lo que pasa es que no fue una decisión torpe, sino maliciosa, puesto que el tema del subsidio se maneja en el contexto de la podredumbre que marca el financiamiento de las campañas políticas y el cruce de favores entre empresarios y los políticos. Es la eterna historia de la corrupción, puesto que no se trata de hechos aislados, sino que forman parte de la institucionalidad corrupta que exprime el erario de los guatemaltecos.
El subsidio se explica en el sentido de que para favorecer al usuario el Estado dispone usar sus recursos para mantener una tarifa baja de servicio del transporte. Supuestamente ese ingreso adicional de los empresarios tendría que facilitar la existencia de un buen servicio, eficiente, rápido y seguro, pero lo que tenemos es un montón de chatarra y una tiradera de dinero a la basura, puesto que se extiende subsidio sin control sobre la cantidad de unidades que circulan.
Guatemala está ya urgida de un sistema moderno de transporte colectivo, como puede ser un metro que circule en algunas partes de forma subterránea y en otras por la superficie. El tamaño y la población del área metropolitana más que justifican esa necesidad que, sin embargo, ha sido obviada por las autoridades competentes, en este caso las municipales, que debieran tener una planificación adecuada y que han usado el sucedáneo del Transmetro como única alternativa al conjunto de buses chatarra que históricamente han monopolizado la concesión.
Si durante años se ha tirado el dinero a la basura, es tiempo de usarlo bien e invertir en el inicio de los estudios para construir un nuevo y eficiente modelo de transporte.
Minutero:
Es problema de visión
el construir el futuro;
pero hay que acabar con apuro
con la ya total corrupción