Eduardo Blandón
Para estos días de retiro espiritual, para las muchas horas de descanso que esperan y hasta la abundancia de buenos deseos que puedan surgir, nada mejor que la lectura de un buen libro de meditación. Propongo a mis lectores esta obra de Timothy Radcliffe titulada: «Â¿Qué sentido tiene ser cristiano?».
Timothy Radcliffe, cuya breve biografía indica que es fraile dominico y ex General de esa Orden, emprende un trabajo de reflexión en torno al significado de ser cristiano hoy. Sugiere que el cristiano encuentra su razón de ser y la clave de la felicidad en Cristo, prototipo y paradigma de vida.
Ser cristiano, insiste, tiene sentido. No se trata de una experiencia absurda, sino de un ejercicio que aunque a veces es fatigoso, normalmente reditúa a quien se atreve a una vida diferente. O sea, la vida cristiana para el autor, es un desafío en el que quienes se deciden enfrentarlo siempre reciben una recompensa. Es una empresa fascinante y compensadora.
Tanta felicidad produce el seguimiento de Cristo, tanto sentido le da a la vida, que el resultado no puede ser otro que la felicidad. Los santos, son los más felices del planeta. Pero no es una alegría efímera e ingenua, típica del hombre inconsciente, sino del que se fía en las manos de Dios y atisba al final del horizonte los brazos de un Padre amoroso.
Desafortunadamente no siempre en la historia se le ha dado un valor justo a la felicidad que produce el seguimiento de Cristo. Por esta razón, muchos lo han vivido con rostros compungidos y tristes. La alegría equivalía a superficialidad, a lo opuesto al sosiego y la paz y, por tanto, un signo de poca radicalidad en la entrega a Dios.
En este sentido, Radcliffe recuerda un pasaje en la historia de la Iglesia en el que uno de los Padres del desierto se enfadó mucho al ver a un grupo de jóvenes paseando y riendo despreocupadamente, y les gritó: «Â¡Se nos viene encima el Juicio final y vosotros riendo!». La risa, por lo que se desprende, para algunos era algo prohibido y no hace sino recordarnos la novela de Umberto Eco titulada «El nombre de la rosa».
Santo Domingo, dice el autor, era un partidario de la risa de los miembros de la Orden, como expresión de felicidad. «Se cuenta que cierto día a un grupo de novicios les entró la risa tonta durante las Completas. Y uno de los hermanos más veteranos les llamó la atención por reírse dentro de la iglesia. Pero Jordán de Sajonia, el sucesor de Santo Domingo, le echó un rapapolvos al hermano y les dijo a los novicios: «Reíd del contento de vuestros corazones, y no dejéis de hacerlo por lo que pueda decir este hombre. Tenéis todo mi permiso, y el que sintáis ganas de reír después de haberos liberado de la esclavitud del demonio no puede ser más que una buena señal… Reíd pues, y sed tan alegres como os plazca»».
El sentido que le da a la vida la experiencia cristiana no se opone, sin embargo, a la tristeza. También Cristo sufrió, padeció la injusticia y experimentó el dolor. En consecuencia, los seguidores del Crucificado no pueden sino participar de esos mismos padecimientos. El dolor, con todo, no aleja de Cristo sino que permite una unidad más plena y gozosa.
Los cristianos no se acobardan. Viven con valentía los desafíos y se lanzan a cruzar el mar con la confianza en las promesas de Dios. Se trata de una valentía razonada y sensata, no de la temeridad propia de los ignorantes o brutos. El cristiano es audaz porque sabe en quién confiar, porque vive en la esperanza, porque se siente amado y en el amor no hay cobardía.
El dominico dice que la palabra «coraje» viene de «corazón». Y en virtud de esa derivación deduce que quien es valiente (tiene coraje) es quien «siente» confianza, se «anima» en virtud de algo interno que mueve al corazón. Pero, no se trata de un acto voluntarioso solamente, sino una experiencia también razonada. Y cita a santo Tomás para darle fundamento a su afirmación. «Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, lo consideraba ante todo como una cualidad de la mente. Es la fortitudo mentis (fortaleza del alma, firmeza de ánimo), el valor de ver las cosas como verdaderamente son, de afrontar los peligros directa y claramente (por contraste con los casos aducidos por Aristóteles «en los cuales por cierta semejanza son llamados fuertes quienes, en realidad, obran por otros motivos distintos»). La persona valiente es consciente de su vulnerabilidad».
El valiente, lo es porque espera. El cristiano se atreve a las grandes empresas, es audaz, porque se sabe amado. Es el campeón de la desesperanza. Ha aprendido que Dios no mide el tiempo de la misma manera nuestra y que Dios se mueve según su propia rutina. Por eso, en la oración, pide a Dios que sea í‰l quien haga su voluntad, a su tiempo, cuando lo desee.
Radcliffe dice que los cristianos están llamados a dar testimonio de la maestría de la espera. En un tiempo en que todos viven con prisa y piden «rápido» y de «inmediato», el cristiano debe brillar por la capacidad de abandono a Dios, por la paciencia y la confianza en sus promesas. «Â¿Por qué es tan importante la espera en el hecho de ser cristiano? ¿Por qué no nos da Dios de una vez aquello que anhelamos, la justicia para los pobres y la dicha perfecta para todos? (…) ¿Por qué? Una de las razones por la que nuestro Dios se toma tanto tiempo es porque él no es un dios. Nuestro Dios no es un superman celestial y poderoso, una suerte de presidente Bush a escala cósmica, que pudiera irrumpir inesperadamente desde el exterior. El advenimiento de Dios no es como la caballería acudiendo a rescatarnos. Dios viene desde dentro, de nuestra más profunda interioridad. Dios está, como dice san Agustín, más cerca de nosotros que nosotros mismos, o, como dice el Corán, más cerca de nosotros que nuestra propia vena yugular».
La obra de Radcliffe, como se puede advertir, es valiosa, entre otras cosas, por la claridad de las ideas, la abundancia de ejemplos y la escasa complejidad de sus argumentos. Es un libro destinado a hacernos meditar y sugerirnos cambios vitales en nuestra forma de vivir. Ya con esto merecería leerse. Puede adquirirlo en Librería Loyola.