Tierra de la gran nube blanca


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El viento sopla fuerte y la brisa del mar llega hasta mí, mientras veo correr a mi hija en la orilla de la bahía junto con otros niños. No hablan el mismo idioma, pero a esa edad no tienen problemas por eso. Español, inglés, maorí, da lo mismo. Sus gritos de alegría al ver las gaviotas acercarse no necesitan traducción, como tampoco la necesitan los paisajes verdes que contrastan con el celeste, a ratos aqua del mar, en donde niños más grandes se sumergen disfrutando de ese día de asueto en el que se conmemora el tratado de Waitangi, una garantía a los derechos del pueblo maorí, aunque no estén del todo convencidos con él.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com


En la ciudad la música resuena y las hakas atraen a los turistas que, como yo, prefieren verlas en este marco y no ante el comienzo de un partido de rugby o de fútbol, y aunque éstas se refieren principalmente a las danzas de guerra maorís, es realmente impresionante verlas en medio de una celebración y ver cómo los neozelandeses en general, sin importar color de piel o raza, se identifican con ellas.

Es interesante también ver la convivencia sin problemas: rubios, maorís, asiáticos y unos que otros latinos, yo entre ellos. No hay diferencias y el Estado, pese a la minoría que los maorís representan en este país, tiene una serie de políticas de apoyo que ya quisiéramos en Guatemala para mejorar las condiciones de vida de los indígenas.

No es tan complicado en un país con apenas tres millones de habitantes, pero es ejemplar si lo comparamos con nuestra realidad. Quizá por esto la seguridad es natural, no se habla de violencia, de corrupción ni de política. Acá la gente va en estos días descalza, relajada, sonriente.

La vida se torna fácil cuando hay equilibrio. La educación es gratuita, la salud no es un problema y el trabajo no falta para quien lo necesita. Qué bien cae estar un tiempo así, lejos del miedo y de la incertidumbre. Unos niños juegan poi (bolas atadas a un cordón que mueven danzando como malabaristas) y un pukeko cruza entre los árboles exhibiendo sus rojos y azules tornasolados.

Mi hija me llama y sonríe y mientras la veo correr y el rumor del agua se mezcla con el de las chicharras escucho a lo lejos Longtime, de Salmonella Dub, y me bebo una L&P.