Tiempos eufemísticos


Eduardo-Blandon-Nueva

Mire si no le fue mal a uno en la infancia, dentro de lo que cabe y guardando las distancias respectivas.  En el pasado, calificarlo a uno era demasiado fácil.  La etiqueta siempre estaba al alcance de la mano y los padres echaban mano de los recursos próximos.  Cuando el niño no hacía deberes, por ejemplo, se le llamaba “huevón de pacotilla”, holgazán, vagabundo o perezoso, entre tantas otras perlas de colección.

Eduardo Blandón


            Nadie pensaba llevar al nene al psicólogo porque aparte que eran escasos, pocos sabían para qué eran buenos.  Así los niños crecían  (crecíamos) de manera silvestre, a lo bruto, esperando siempre el auxilio divino para los infantes díscolos, libertinos e hijos del propio demonio.  Pero el mundo ha cambiado y yo lo percibí desde la primera vez que encontraron a mi prima robándose un par de zapatos y a mi tía se le ocurrió decir que la nena no era ladrona sino “cleptómana”.

            Desde entonces, he visto que la terminología “eufemística” ha progresado a pasos agigantados.  Los jóvenes que fastidian en la clase, por ejemplo, ya no son “jodones”, vagos ni idiotas, sino que padecen un problema que han bautizado como “trastorno de hiperactividad con déficit de atención”, (THDA).  Luego, como la conducta sobrepasa la voluntad de los cándidos, lo que necesitan es medicarse.  Mi hermano hubiera sufrido menos de haber nacido en estos tiempos.

            Igual hubiera sufrido menos mucha gente si hubiera existido eso del “bullying” en las escuelas.   Pero en aquella época uno tenía que aguantarse como los machitos, sufriendo horrores, obligados por papá a ir al colegio, sin saber que los grandes lo garroteaban a uno y era la causa por la que uno se hacía pipí en los pantalones.  Si uno llegaba llorando era por falta de carácter, “hueco” decían (que era la ofensa preferida de los machos de entonces).  Sí, era dura aquella época cavernaria.

            ¿Traumas?  ¿Quién hablaba de traumas?  ¿Mobbing?  ¿Quién sabía de “Mobbing”?  Cuando en el trabajo a uno lo agarraban de encargo, como patito feo, lo natural era que se renunciara al puesto.  En esa época ni el Chapulín Colorado ni Batman llegaban al auxilio de uno.  De modo que eran tiempos duros.  ¿Por qué cree usted que es medio traumado y chiflado, desequilibrado y radical?  Usted y yo somos productos de esa época en la que seguramente Dios Padre se dio vacaciones.

            En fin, que el mundo ha dado vueltas y a veces a nuestro favor.  La próxima vez que no entregue un deber en su trabajo, por ejemplo, dígale a su jefe que cometió un acto de “procastinación”, quizá en lo que va a Wikipedia en busca del significado, olvide su pequeña falta y hasta se alegre de integrar en su vocabulario un nuevo término.