La solidaridad debiera ser una parte integral del comportamiento humano para traducirla en una práctica cotidiana que permitiera la mejor convivencia. Desafortunadamente cualquier resabio solidario desapareció como resultado de la comprobación dogmática que asigna al egoísmo el carácter de elemento motor del desarrollo de la especie porque los teóricos del individualismo sostienen que es la ambición de cada ser humano lo que permite que se produzcan avances que, eventualmente, benefician a todos los habitantes del planeta.
Pero cuando vivimos tiempos de crisis es obvio que el individualismo que alienta el egoísmo no hace sino complicar las cosas y hacer más dura la vida para quienes tienen menos. Es tiempo para propiciar la solidaridad como acción colectiva porque se impone la unidad para enfrentar momentos adversos. Aquella vieja idea de que la unión hace la fuerza y que unidos estamos mejor preparados para defendernos de cualquier riesgo, cobra total actualidad cuando arrecian las dificultades, cuando vienen tiempos en los que la vida se hace más difícil para todos pero, por supuesto, mucho más para quienes menos tienen.
Si en estos tiempos de crisis mantenemos la idea de que hay que seguir sumando egoísmos individuales para propiciar mejoras, el costo social se multiplica y el daño para aquellos segmentos de población menos protegidos es inminente. Basta reparar en el informe de Unicef sobre la situación de la infancia de Guatemala para darnos cuenta que el nuestro es un país en el que las adversidades están presentes y en medio de una crisis lo único que ocurre es que se magnifican, se multiplican en proyección geométrica para hacer añicos a quienes ya están en condiciones de simple y pura subsistencia.
Se habla de la responsabilidad social empresarial como compensación para la existencia de ese egoísmo que hasta se explica de manera doctrinaria en la nueva academia de la libertad económica, pero más allá de un sentido de responsabilidad frente al colectivo, lo que ahora urge es que sepamos ser solidarios y para ello lo que hace falta es rescatar un viejo concepto que para muchos habitantes del planeta tiene fundamento y raíz en las prédicas religiosas del cristianismo que además de la caridad, pregonaba la igualdad de dignidad para todos los seres humanos.
Si todos somos hermanos por ser hijos de un mismo Dios, no podemos persistir en nuestra vida ignorando el sufrimiento de nadie que esté alrededor nuestro. Y, repetimos, en tiempos como el que ahora se vive, cuando la economía mundial se nos despedaza y los escombros caen con fuerza sobre los más pobres, se tiene que entender que es tiempo de solidaridad.