Tiempo para meditar


Yo recuerdo con cierta nostalgia como la llegada de la Cuaresma, en años anteriores, muchos años atrás talvez, era un tiempo para la abstracción. La Semana Mayor o Semana Santa, era la cúspide de los momentos de reflexión que se iniciaban a partir del «Miércoles de Ceniza». Se trabajaba, con excepción de las escuelas hasta el mediodí­a del miércoles, luego la quietud o la inquietud por el martirologio que se conmemora. Conforme avanza el mercado, implacable en su sed de consumidores, las distorsiones se han ido acentuando y hoy ya es más bien el lapso mediante el cual se fomentan las vacaciones, el verano, la distracción y si queda tiempo, la curiosidad por el colorido de las procesiones.

Walter del Cid

Cambia, todo cambia, como dice la canción. Probablemente estas lí­neas no tendrán mayor impacto en la búsqueda de un tiempo para meditar en el tiempo en el que antes se meditaba. Pero sí­ es oportuno invitar a la reflexión, pues muchas cosas pasan o están pasando y si no nos detenemos a pensar en ellas, simplemente, sin darnos cuenta, nos estaremos condenando al incierto de la aniquilación colectiva. Ayer y con ocasión de la visita de Edmond Mulet, ahora encargado de la Misión de Naciones Unidas en Haití­, se comentaba como era lamentablemente predecible estimar que las semejanzas de nuestro paí­s con aquella parte de la isla caribeña, son más impactantes de lo que nos imaginamos. Y el pasado y presente de aquella nación, puede ser nuestro lapidario futuro. ¡Cuidado!

El III Encuentro de los Pueblos Originarios que concluye hoy, nos invita a repensar en las relaciones interculturales. Las preocupaciones y las manifestaciones de rechazo a las pretensiones explotadoras de los recursos naturales, son elementos que nos deben poner en alerta sobre el futuro que estamos construyendo, entre todos, unos por acción, otros por omisión. Si no pensamos en ello, simplemente nos estamos negando la posibilidad de legar a las generaciones venideras un mundo menos conflictivo y no tenemos derecho a ello.

El tiempo electoral. Las promesas, las viabilidades de lo ofrecido, la consistencia de los programas a emprender. Las personas, la organización. El historial, el desempeño. La capacidad, la habilidad. Debieran sor los componentes rectores del comportamiento de los electores. Pero cuándo pensamos en ello. Cuándo nos detenemos a meditar en la oferta electoral.

Estas lí­neas corridas, leí­das con la prisa de quien quizás esperaba consejos para su estadí­a en la playa, la montaña o en el retiro del campo, son tan sólo una pizca de lo que habrí­amos de llamar nuestra atención. Pero repito, no puedo quedar en silencio sin intentar estimular la meditación de quien gentilmente las leerá. La responsabilidad de caer en esas reflexiones, en otras más, más profundas quizás, es tarea individual.