La semana pasada cuatro patojos que volvían emparrandados del convivio de su oficina encontraron la muerte al estrellarse con su vehículo contra un poste en horas de la madrugada. Desafortunadamente casos como éste se han de repetir a lo largo de este tiempo de parranda y convivios navideños porque se carece de una cultura vial adecuada y porque tampoco tenemos leyes y reglamentos con la fuerza suficiente para que la sanción se convierta en un disuasivo.
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Varias veces me ha tocado en otros países ver que el simple miedo a que los pare la policía y les revoquen la licencia de conducir por superar el mínimo tolerado de alcohol en la sangre hace que la gente beba con moderación o, en el peor de los casos, recurra a algún medio de transporte para no tener que conducir. Manejar con tragos en Estados Unidos, por ejemplo, puede significar la pérdida de la licencia de conducir además de severas multas y hasta otras sanciones si se produce algún percance.
En Guatemala no tenemos adecuada normativa en el tránsito y la prueba es que cada quien hace lo que se le da la gana. Si hablar por celular mientras se conduce es peligroso, aquí se puede hacer sin ningún problema; los cinturones de seguridad los usa quien quiere porque aquella exigencia tan puntual de hace unos años pasó a la historia. Si por respetar la vía hay que dar la vuelta a una manzana, cualquier hijo de vecino se mete contra la vía y todavía madrea a los que le hacen ver su abusivez. Manejar borracho es la cosa más normal del mundo y si lo para la policía, sea nacional o de tránsito, todo se arregla de alguna manera porque aquí no hay sanciones efectivas para quien actúe de esa manera irresponsable y altamente peligrosa.
Hace años se ha pedido que se establezcan sanciones severas para los que manejan bajo efectos de alcohol, pero nuestros legisladores están tan ocupados en amasar fortuna que no tienen tiempo para ocuparse de esas menudencias, además de que aunque tengamos leyes severas, nadie las cumple. Aún está vigente la norma que prohíbe dos en una moto y que exige el uso de chalecos, pero todos los días se ven motociclistas apuñuscados en las motos y sin portar ninguna identificación. Es más, así operan los ladrones en sectores públicamente conocidos y nadie mueve un dedo para impedirlo, por lo que tampoco habría que hacerse ilusiones de que una ley que suspendiera por un año, por ejemplo, la licencia a un conductor borracho vaya a tener mayor efecto.
Es, ciertamente, un problema de educación pero como vimos aquellos años en los que realmente nadie hablaba por teléfono en el carro y todos usaban su cinturón de seguridad, no cabe duda que la letra con sangre entra, como decían las viejas maestras de antaño cuando a reglazo limpio iban formando a sus alumnos. La sanción, la multa severa y costosa, fue factor determinante para que la gente aprendiera a respetar la norma, pero cuando dejaron de exigirla, cuando los agentes de la PMT empezaron a sentir que era más agradable actuar con prepotencia pitando a diestra y siniestra haciendo el papel de los semáforos, se acabó la presión y la gente volvió a sentirse a sus anchas para hacer lo que le da la gana.
Hoy en día las sanciones son actos de represalia de los agentes cuando alguien les hace ver lo torpes que son y cómo es que ellos complican más el tráfico en vez de facilitar las cosas. Son los agentes los que arman los embotellamientos por tontos e incapaces y jamás volvieron a recordarse que están para prevenir y que parte de la prevención es sancionar a los irresponsables.