José Saramago (16 de noviembre de 1922 – 18 de junio de 2010) fue un escritor portugués, Premio Nobel de Literatura en 1998, delicia de escritores veteranos, ya que argumentan que lo mejor se escribe en la tercera edad, como le sucedió a Saramago, y muletilla de grupos de izquierda, que recuerdan la afiliación al Partido Comunista de este escritor.
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Rápidamente, se convirtió en autor de culto de las masas, sobre todo después del Premio Nobel. Prácticamente, en todo el mundo, se lloró su muerte ocurrida hace algunas semanas. Por sus posturas ideológicas, Saramago era una autor fácilmente citable, tal como el sucede a Karl Marx, que es más citado que leído.
Por ejemplo, de Saramago se ejemplifica mucho su postura antirreligiosa, la cual fue expuesta por él mismo al referir que provenía de un país altamente católico, como Portugal, y que eso mismo le valió el exilio, tras publicar, en 1991, su «Evangelio según Jesucristo»; esta fórmula antirreligiosa la recalca en «Caín», la última de sus novelas, publicada a finales del año pasado.
Hasta el momento, pareciera que intento hacer una crítica contra Saramago, pero, más bien, intento hacer una crítica contra el lugar común que inundaron los artículos elegíacos del Premio Nobel, y considero, pues, que en realidad no se le ha dado su lugar.
Criticar el progreso oneroso e improductivo, criticar la deshumanización, criticar el borreguismo religioso, tal como se le reconocía a Saramago, no era una potestad de él, sino de una sociedad, de un cambio de paradigma, y que respira tiempos posmodernos, que es decir que vive en una sociedad de cambio y de tener suspicacia contra todo lo que creíamos preestablecido.
Saramago fue más que eso, fue más allá de lo que simplemente queríamos demostrar a través de él.
De Saramago hay que reconocerle que está creando y que va seguir creando una escuela literaria. Hoy día, los personajes colectivos y anónimos, reconocidos más por sus características físicas que por su nombre, es un aporte literario del escritor portugués, y que actualmente es imitado, en la mayoría de casos en muy mala manera.
CARACTERíSTICAS
Para entrar en detalle, quisiera aportar el análisis de algunas de sus características, para una mejor comprensión de su obra. Como buen polemista, sabe escoger cuáles son los temas sensibles de la sociedad, y uno de sus favoritos fue la religión, sobre todo la católica. Saramago se definió como ateo, pero se reconocía como una persona que creció en un ambiente altamente católico. De ahí, obtuvo el conocimiento de las imágenes y los temas del cristianismo.
A pesar de que Saramago escribía desde la década de los cuarenta, no obtuvo mucho éxito y dejó de escribir. Fue hasta 1991, cuando publicó «El evangelio de Jesucristo», una obra en la que intentó llenar los vacíos de los Evangelios canónicos. Esta estrategia, está por demás decirlo, se ha utilizado en temas como «El Código Da Vinci», que utiliza más el desconocimiento y la negativa a debatir, más que las pruebas científicas.
La religión se retomó en su último libro, «Caín», que toma como argumento la supuesta historia luego de que este bíblico personaje matara a su hermano.
La intención de Saramago, más bien, era evidenciar la falta de cuestionamiento de los creyentes hacia los dogmas religiosos, sea la religión que fuere. La temática del escritor va más allá de esto. También, por ejemplo, en «La caverna» retoma, tal como hace con los mitos religiosos, el mito platónico homónimo para explicar que la humanidad sólo tiene sombras de la realidad como conocimiento.
Otra estrategia de construcción de novela se basa en la de crear utopías, o más bien, distopías, en que la sociedad entra en posibilidades casi improbables. Por ejemplo, «Ensayo sobre la ceguera», en la que una pandemia deja en la ceguera a casi toda la humanidad. «Ensayo sobre la lucidez», en la que en unas elecciones se vence al abstencionismo, pero la mayoría votó en blanco. «El hombre duplicado», en la que dos personas, milimétricamente iguales, se encuentran, y perciben que la sociedad a logrado masificar a la población. O «Las intermitencias de la muerte», en que la gente deja de morir.
Sus maneras de narrar también son características. Algunas, en las que (con)funde las voces de los personajes, afín de que no se sepa quiénes hablan, con el objetivo de masificar la voz, tal como critica en sus obras que ocurre en la realidad. O bien, narrar la novela sin signos de puntuación.
Por último, otra de sus características es su estrategia habitual, como en libros como «Todos los nombres» o «Ensayo sobre la ceguera», en que los personajes no se identifican con un nombre, sino por sus características, tal y como la sociedad intenta identificar a las personas, más por sus posesiones o atributos (por ejemplo, etiquetar a una persona por la marca de su vestimenta) o por su función dentro de la sociedad (como los que, previo al nombre, se agregan el «epíteto» de licenciado o doctor), que por su nombre o siquiera su apodo.
De estas características hay que estar muy atentos, porque muchas son originales de Saramago, sobre todo la de no utilizar nombres, y que seguramente serán imitadas a menudo, como quien sigue una receta de cocina.
Pero si algo me sorprende de Saramago, y esto no es imitable, es su capacidad de codificar la realidad en alegorías. Es decir, no se trata de imaginar un escenario inimaginable, como una humanidad completamente ciega, sino que haber creado esa alegoría para evidenciar que, realmente, la falta de solidaridad y el individualismo extremo ha hecho que las personas nos volvamos ciegas, ya que no vemos las necesidades de nuestros similares.
Por ejemplo, yo había leído el «Ensayo sobre la ceguera», unos meses antes de que ocurriera la desgracia nacional tras la tormenta tropical Stan, en el 2005. En realidad, me sorprendía de cuánto este escenario más probable (el tener que evacuar a cientos de personas por el peligro de los deslaves) se parecía al escenario de la novela (el tener que aislar a los pobladores que quedaban ciegos, por temor al virus que se propagaba).
La lucha por la sobrevivencia, la falta de solidaridad, el pensar sólo en uno mismo más que en los demás, eran temas de la novela de Saramago, que se replicaban casi como un calco en esa sociedad guatemalteca que aprovechaba la desgracia para especular con los precios o para incrementar sus propiedades. Me sorprendí tanto, que desde ese momento consideré a Saramago como un genio.