í‰tica y polí­tica


Harold Soberanis*

Desde la Grecia clásica, la relación entre ética y polí­tica ha sido uno de los temas que más ha preocupado a muchos filósofos, a lo largo de la historia del pensamiento humano.


Como sabemos, durante la antigí¼edad y el Medioevo se daba por sentado que la relación entre ética y polí­tica era una relación esencial, algo natural, es decir, era parte de la realidad misma de estas esferas de la acción humana. Entre ellas no habí­a contradicción, ni separación posible. Ambas se articulaban en el desarrollo histórico de las sociedades. Dedicarse a una de ellas implicaba acercarse a la otra. De esa cuenta, los filósofos antiguos y medievales no podí­an concebir una separación entre ellas pues, ética y polí­tica, estaban unidas en una relación indisoluble.

Es hasta la Edad Moderna, con pensadores como Maquiavelo (injustamente juzgado por la historia), cuando comienza a cuestionarse si esta relación, ética-polí­tica, es esencial, necesaria, como afirmaban los antiguos, o por el contrario es contingente. Al hombre moderno ya no le parece que sea una relación tan natural. Y a Maquiavelo le tocará sembrar la duda sobre este ví­nculo. Para el pensador florentino, el fin del verdadero polí­tico, del gobernante eficaz, es el ejercicio del poder, no por el poder mismo sino en función del bienestar general o bien común. Es este bien común el criterio que ha de regular, en última instancia, la actuación del gobernante. Dicho principio regulador vendrí­a a desvirtuar la imagen que, históricamente, nos hemos hecho de Maquiavelo: una persona sin escrúpulos, totalmente inmoral. Afirmar que este filósofo no reconoce ningún lí­mite moral a la acción de los gobernantes, es no haber comprendido, ni el contexto, ni el pensamiento del polí­tico florentino.

Después de Maquiavelo, muchos, la mayorí­a oportunistas, han interpretado su pensamiento según su conveniencia, haciendo del poder polí­tico un instrumento de corrupción por medio del cual se puede cometer cualquier clase de crí­menes y abusos. Con ello, han desnaturalizado la verdadera función de la polí­tica y han puesto en entredicho la importancia del papel del polí­tico dentro de la sociedad. Esto ha desembocado en un rechazo total de la gente común hacia la actividad polí­tica por considerarla deshonesta.

Lo anterior nos revela que este tipo de reflexiones en torno a la relación ética-polí­tica, permanece vigente y que, a pesar del tiempo transcurrido, es uno de los temas más permanentes de la filosofí­a. En nuestro caso, me refiero a Guatemala, la discusión sobre la ética de la polí­tica o la polí­tica de la ética, deberí­a ser uno de los temas más importantes que estuvieran dentro del debate actual, sobretodo tomando en cuenta que nos encontramos en un proceso eleccionario del que saldrán las autoridades que nos habrán de gobernar (¿?) los próximos cuatro años.

Dada nuestra historia reciente, sabemos que en los últimos 50 años se ha ido generando un proceso de descomposición social que, ha derivado en la precaria realidad que tenemos. Nos encontramos ante un Estado fracasado que ha sido incapaz de proporcionar las condiciones mí­nimas necesarias para una vida digna a los guatemaltecos. Esta descomposición social mucho tiene que ver, precisamente, con el grado de incapacidad polí­tica y naturaleza corrupta de quienes han detentado el poder. De esa cuenta, lo que tenemos es un Estado tomado por las mafias de toda í­ndole y donde, la gran mayorí­a, vivimos en condiciones de pobreza.

Dentro de este contexto, se hace perentorio traer al plano de la cotidianidad, la discusión sobre la relación ética-polí­tica, pues las conclusiones que vayamos sacando nos permitirán establecer los principios o criterios que nos guí­en en la elección de los futuros gobernantes. Debemos tener claro que el gobernante como tal, tiene una función especí­fica y determinada. Platón afirmaba que, así­ como el buen capitán de un barco es aquel que sabe llevar a puerto seguro su nave, el mejor gobernante será quien dirija el Estado de tal forma que todos los miembros de la sociedad, y la sociedad en su conjunto, logren alcanzar el fin último de la vida en sociedad: el bienestar y la felicidad. El buen gobernante será, pues, quien consiga llevar a buen puerto la nave del Estado lo que, en términos platónicos, significa lograr que los miembros de la sociedad sean felices. Para ello se necesita que la acción del gobernante esté limitada por principios morales que le permitan, y en ningún caso le impidan, la consecución del fin último del poder polí­tico.

Resulta sintomático, pues, que en el actual proceso eleccionario, ningún candidato ni partido polí­tico haga referencia a la necesidad de establecer principios éticos que sirvan de fundamento a cualquier propuesta programática. Esto nos lleva a pensar que para estos politiqueros cualquier consideración ética sobra, pues ellos están más allá del bien y del mal y que el fin justifica los medios (frase que nunca pronunció Maquiavelo).

Mostrar la necesidad de consolidar la relación ética-polí­tica, resaltando la importancia que para el hombre de Estado tiene contar con principios éticos que regulen su acción como única ví­a para lograr el bienestar de las sociedades en el mundo globalizado de hoy, es la tarea del filósofo. Empero, ya sabemos que, históricamente, el polí­tico pragmático siempre ha desconfiado del intelectual, marginándolo y con ello despreciando un conocimiento que es vital. Cuando esta situación cambie, cambiarán muchas cosas que hoy son parte de nuestra triste realidad social.

* Profesor titular del Departamento de Filosofí­a de la Universidad de San Carlos de Guatemala.