Fernando Ramos
Existen seres humanos que han nacido con grandes talentos, pero llegado el momento de explotarlos o ponerlos en práctica, reniegan de ellos y se vuelven autodestructivos. Sucede en todos los ámbitos: en el vecindario, en el trabajo, en la familia… Pasa en las películas, pasa en la vida real.
Philip Andre Rourke Jr., más conocido como Mickey Rourke, es la encarnación del tipo autodestructivo. Aparece en el cine en 1979, en la cinta «1941», de Steven Spielberg; luego llega a convertirse en icono de los años ochenta; alcanza su punto culminante al participar en «9 semanas y media», de Adrian Lyne, en 1986; a partir de entonces, las revistas del corazón lo calificaron como uno de los hombres más sexy del mundo y la crítica especializada alabó sus trabajos.
Durante la década de los noventa, abandona parcialmente el cine, para dedicarse a boxear profesionalmente, sin éxito, como era de esperarse, pero queda marcado para siempre, pues sale desfigurado, y aquella imagen de hombre sexy pasa a la historia.
Los quince minutos de fama se le terminan y no vuelve a conseguir papeles importantes; ocasionalmente, sale a luz pública por escándalos y notas por el estilo; llega a tocar fondo, si se considera que en el 2001 participa en el video de la canción «Hero», de Enrique Iglesias.
A pesar del bajón, no ha dejado de trabajar, aunque sus participaciones han sido en películas menores; sin embargo, poco a poco, y con gran esfuerzo, está logrando volver a la cima. Su más reciente trabajo, «The Wrestler» (El luchador), lo confirma.
Se trata de una película pequeña, dirigida por Darren Aronofsky (realizador con poca historia), en donde Randy «The Ram» Robinson, un luchador (de lucha libre) viejo, enfermo y venido a menos, se enfrenta al momento en el que debe abandonar el oficio. Paradojas de la vida, pues la actividad que lo mantiene vivo, igualmente lo puede matar.
La cinta tiene algunas virtudes, como la fría atmósfera, a tono con lo que se cuenta, y la música de Bruce Springsteen, pero se queda corta. El tema tratado es el típico ascenso y caída de un ídolo, con la consiguiente toma de conciencia y búsqueda de redención en lo último de su vida, nada del otro mundo; sin embargo, la aparición de Mickey Rourke hace que valga la pena verla. Es curioso cómo la vida del protagonista es similar a la del actor.
Rourke deambula en las locaciones, la cámara se dedica a filmarlo, construyendo un personaje conmovedor, cuyo cuerpo y rostro reflejan el martirio al que se ha sometido para mantenerse vigente en la profesión (en la de actor y de luchador). Su actuación es convincente, trasmite sentimientos de frustración, de culpa, de impotencia, incluso llega a la ternura; todo proveniente de un hombre duro, desfigurado por los golpes, que lucha contra sí mismo, sabiendo que perderá. Se puede pensar que es un papel fácil, porque es como interpretar su propia vida, pero en ello reside la dificultad, porque la suya no ha sido fácil, entonces debe haber dolido enfrentarlo.
En un papel de soporte, aparece Marisa Tomei, curiosamente su vida real guarda cierto paralelismo con la de Rourke. Aquí interpreta a Cassidy, una bailarina exótica. Su participación es muy buena, pues transmite humanidad a un personaje trillado.
Mickey Rourke y Marisa Tomei están nominados al Oscar; el primero tiene más posibilidades de llevárselo; el único que puede arrebatárselo es Sean Penn, por «Milk». Ella podría tener oportunidad de ganarlo si la Academia no se decanta por pagar una deuda inexistente con Penélope Cruz. Tomando en cuenta que las cinco nominadas en papel de soporte (Amy Adams, por «Doubt»; Penélope Cruz, «Vicky Cristina Barcelona»; Viola Davis, «Doubt»; Taraji P. Henson, «The curious case of Benjamin Button») aparecen poco tiempo en sus respectivas películas, la mejor actuación es la de Tomei.
Calificación 8/10
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DIRECCIí“N
Darren Aronofsky
GUIí“N
Robert D. Siegel
REPARTO
Mickey Rourke
Marisa Tomei
Ernest Miller
Evan Rachel Wood
PAíS
Estados Unidos
Aí‘O
2008
DURACIí“N
115 minutos
DISTRIBUCIí“N
Fox Searchlight
PRESUPUESTO
6 millones de dólares