Una velada de cine es un regalo de los dioses. Ayer fui favorecido. Una tarde completa solo, únicamente en compañía de La Nena, la perra salchicha que generosamente me busca para restregarse en mi vientre y dejarme baba en la piel. Las nominadas fueron: The Housemaid, Getting Home y The Iron Lady. Vamos por parte.
La primera, The Housemaid es un film surcoreano estrenado en 2010, dirigido por Im Sang-soo. Wikipedia dice que la película es un “remake” de la cinta homónima producida en 1960 por Kim Ki-young’s. Su calidad le hizo merecedor de la Palme d’Or en el Festival de Cannes en el mismo 2010.
La historia es sencilla. Eun-yi, su protagonista, se ve envuelta en un triángulo amoroso, mientras trabaja de sirvienta en una familia de clase alta. El hombre de hogar, de nombre Hoo, un gentleman adinerado, presuntamente empresario, tiene una aventura fugaz con aquella y la deja embarazada. Hae Ra, la esposa de Hoo, al enterarse busca la forma de deshacerse de la empleada canalla, hasta que ésta en venganza termina suicidándose delante de todos en la casa donde fue contratada para servir.
En el cine, como en la literatura, las historias no siempre tienen que ser espectaculares para garantizar el éxito artístico. En ocasiones, como en esta película, lo que cuenta es la parafernalia con que se relatan los hechos y aquí lo accesorio se vuelve esencial en el tratamiento de lo presentado. Veamos algunos elementos que destacan en el film y que presuntamente lo hicieron ganador de un premio tan relevante como el francés.
En primer lugar, el retrato de la inocencia. Eun-yi no sólo es un personaje vital: bella, hermosa y grácil, sino una jugadora espectacular que oscila entre el bien y el mal. El típico ser humano que aunque transita por el camino del bien se siente fascinado por el fuego vital que representa el peligro, el pecado, la tentación. Es la Caperucita Roja coreana jugando con el lobo representado por el esposo millonario, de poco atractivo físico, pero poderoso. En esa fotografía estamos un poco todos, seducidos siempre por el amor queriente.
Por otro lado, se encuentra Hae Ra, la esposa del acaudalado, que es incapaz de satisfacer al amado y que vive el acomodo de la niña millonaria a quien parece importarle sólo el dinero. Hay un juego, quizá por la cotidianidad de la vida marital, que le autoriza a dejar al marido actuar a su antojo. Una especie de pacto que dice: has lo que quieras, pero déjame vivir mi vida. Quizá a lo lejos se conocen los riesgos, pero no se sopesan. La infidelidad quizá se sospeche, pero no se estima el dolor que pueda provocar. También aquí estamos todos, fingiendo, pasándola, sólo viendo a lo lejos lo que quizá pueda sucedernos.
Por último, la película hace consciente al espectador sobre el riesgo de subestimar las acciones aparentemente aisladas, desvinculadas y acaecidas por accidentes. La vida se define, aparentemente, por esos actos minúsculos que muchas veces descuidamos y tomamos a la ligera. No es una película con fines morales, pero es inevitable no sacar lecciones. Eun-yi, como todos nosotros, tuvo advertencias, señales que eran llamados de atención para ajustar su comportamiento, pero siguió el juego inocente que la condujo al sacrificio final.
No hay espacio para comentar las otras películas, pero dejemos en suspenso esta nota de hoy.