Tedioso artí­culo sobre las bolsas desechables


Estoy convencido de que a muy pocos de mis contados lectores les va a interesar leer este aburrido artí­culo, porque probablemente lo consideren que no tiene ninguna relación con sus vidas y su bienestar, menos con sus descendientes; pero es posible que algunos tomen conciencia del problema que enfoco -a propósito de que la semana pasada se celebró el Dí­a Mundial de la Tierra-, y lo hago porque soy ferviente defensor del medio ambiente. Helo aquí­.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

   Parecen inofensivas y son de mucha utilidad, al extremo de que los clientes de  supermercados, abarroterí­as, tiendas y hasta puestos de mercado siempre piden más de la cuenta para llevar cajas, botes, comestibles y cuanto producto adquieren. Pero su extendido uso está causando serios problemas al planeta y conforme transcurra el tiempo se convertirá en una severa crisis ambiental, si no se toman medidas al respecto.

   Me refiero a las bolsas desechables de plástico que se consumen aproximadamente entre 500 billones y un trillón de unidades que regalan los empacadores de establecimientos comerciales. Sin embargo, ¿a quién le importa el destino de las bolsas plásticas?, sobre todo en una sociedad de consumo y en una subcultura ambiental como la de Guatemala, y de ahí­ que casi nadie se detiene pensar en el daño que indirectamente le causa al medio ambiente cada vez que sale extenuado de un centro comercial portando consigo esa clase de recipientes plásticos que, al llegar a su casa, los destina temporalmente para guardar o envolver algún objeto, pero a la larga a va dar al depósito de la basura, si no es que las bota en la calle.

   La norteamericana Academia Nacional de Ciencias realizó hace pocos años un estudio al respecto, habiendo arribado a determinar que las embarcaciones transoceánicas arrojaban en conjunto 4 millones de kilos de plástico al mar, y esa es la razón por la cual los vertederos de basura del mundo no están inundados de plásticos, aunque en Guatemala cientos de botaderos clandestinos de basura están saturados de bolsas plásticas; en tanto que miles de ellas con arrastradas hacia distintos lugares de la Tierra, especialmente mares, lagos y rí­os, que encuentran su ví­a a los océanos en los desagí¼es y cañerí­as. De esa cuenta, se han encontrado bolsas plásticas flotando en norte del Cí­rculo írtico y en las Islas Malvinas.

    El Programa de Monitoreo de Desechos de la Marina Nacional de Estados Unidos da cuenta que las bolsas plásticas representan más del 10% de los desechos que llegan a la orilla de las costas de ese paí­s. En Guatemala este caso particular no es tan grave; pero de todas maneras abundan los sujetos que botan esas bolsas en las playas, junto con envases de licor, sodas, cervezas y otras latas.

   Las bolsas plásticas se fotodegradan con el transcurso del tiempo y se descomponen en petro-polí­metros más pequeños y tóxicos que contaminan los suelos y las ví­as fluviales, y de ahí­ que partí­culas microscópicas entran a formar parte de la cadena alimenticia. Adicionalmente, el efecto sobre la vida silvestre es grave, en vista de que las aves quedan atrapadas sin esperanza, mientras que cerca de 200 diferentes especies de vida marina, incluyendo ballenas, delfines, focas y tortugas mueren a causa de las bolsas plásticas, toda vez que las ingieren al confundirlas con comida.

   En varios paí­ses se ha prohibido el uso de bolsas plásticas, sustituyéndolas por bolsas de tela, porque así­ se contribuye al disminuir el consumo de petróleo, toda vez que las bolsas plásticas están hechas de polietileno, un termoplástico derivado del crudo. Pero en Guatemala, mucha gente se siente más engreí­da al salir del súper, si porta consigo decenas de bolsas plásticas, para acariciar su estatus.

   (Un curioso le pregunta al anciano Romualdo Tishudo, afanado en recoger basura tirada en la playa: -¿Cómo hizo para llegar a los 92 años? -Muy fácil -repone-; haber nacido en 1916).