Tatalapo


Luis-Fernandez-Molina_

Si nuestro personaje se hubiera llamado Ignacio, Lorenzo o Felipe hubiera pasado a la historia como Tatanacho, Tatalencho o Tatalipe. El término “tata” es una expresión de autoridad y también de servilismo con algunas dosis de afecto. Muy extendido su uso en la época colonial, sus ecos todavía se escuchan en épocas no muy lejanas como el “tatita Ubico” del primer tercio del siglo pasado o el común Tatachus o, por antonomasia, Tata Dios.

Luis Fernández Molina


Por otra parte la inveterada costumbre de aplicar apodos o recortar los nombres. Los arriba citados Nacho, Lencho o Lipe y para Serapio es Lapio o Lapo. Combinando los dos elementos formamos el famoso Tata-Lapo.

Sin embargo, si sus progenitores hubieran podido anticipar los hechos de su vida seguramente le hubieran llamado Juan Bautista, o al menos Juan, pues en varios aspectos hay semblanzas del predicador del desierto. En primer lugar Serapio fue también un precursor de la Revolución Liberal.  Fue el primero que levantó la bandera del cambio y de la oposición al régimen conservador que por muchos años –desde 1838 cuando derrocaron al liberal Mariano Gálvez– mantuvo Rafael Carrera y luego Vicente Cerna. Se levantó en armas contra Carrera desde 1848 y contra Cerna en 1867 (cuando se dieron las elecciones fraudulentas que debió ganar José Víctor Zavala). Anticipó la revolución liberal años antes del levantamiento de Justo Rufino Barrios. Acaso la gesta del guerrillero Serapio fue el detonante de la formación del Ejército de Barrios y García Granados. En 1869 y 1870 coordinaron las acciones contra el gobierno; Cruz tenía a su cargo el avance por los departamentos de Quiché y Alta Verapaz.

Fue durante un contraataque de la tropa de Cerna que Serapio fue acorralado y detenido cerca del pueblo de Palencia, curiosamente su pueblo natal, en enero de 1870. Tal temor inspiraba a los enemigos que con mucha saña lo asesinaron y mutilaron su cuerpo y, al igual que a Bautista, le cortaron la cabeza que enviaron como trofeo a Vicente Cerna. No fue en una bandeja de plata sino que envuelta en hojas de plátano y en macabra exhibición la pusieron en una picota en el parque central. En todo caso ese gesto de inexplicable salvajismo fue el detonante que hacía falta para provocar el rechazo general de la población que se decantó por los rebeldes que venían del occidente. El Ejército del gobierno los quiso oponer pero finalmente fueron derrotados en la batalla de San Lucas donde hay un monumento piramidal del que muy pocos saben. No pudo Cruz celebrar con los demás revolucionarios.

Dos hechos bastan para evidenciar el respeto que en esos días inspiraba la figura del Mariscal Cruz: que haya sido enterrado en las criptas de la Catedral Metropolitana (entiendo que personas piadosas se dieron a la tarea de juntar la cabeza con el resto del cuerpo que quedó en el campo) y porque se puso su nombre a una calle, ahora pequeña, pero que iba del monumento al Ejército, casi en la esquina de la Escuela Politécnica, hacia la tribuna presidencial del Campo de Marte.  

Por la única foto que se conserva imagino al Mariscal Cruz como una persona de baja estatura, de robusto casi regordete, de ancho tórax y cuello corto, muy inquieto, nervioso, algo serio y de personalidad dominante; un patriota que siempre se opuso a las tiranías e injusticias y siempre estuvo presto a combatir por sus ideales. Un militar que inspiró respeto, pero también cariño y por eso le llamaron “Tatalapo”.