Todo es pronunciar la palabra «tapa» y se dilatan las pupilas, salivan los paladares más exquisitos y crujen los estómagos. La reacción es similar en casi cualquier parte del mundo, incluido Estados Unidos, el país por antonomasia del «fast food» pero donde en los últimos años los «restaurantes de tapas» viven una era dorada.
El diseñador y arquitecto Juli Capella lo define como el «fast good versus el fast food», algo así como el comer rápido, pero sano, frente al menú clásico de la comida rápida como es una hamburguesa, un perrito caliente o algún producto frito lleno de calorías y grasas saturadas. Y lo ha convertido en el leit motiv de la exposición con la que está recorriendo medio mundo y que ha recalado ahora en la capital de Estados Unidos, Washington: «Tapas. Diseño Español para la Comida».
«Antes la comida era una ceremonia, duraba mucho y se alargaba, pero con el tiempo se ha ido reduciendo y nació un concepto, en principio interesante, que era el del «fast food», la comida rápida», explica. Con todo, ese modelo no acabó de recalar en España, donde, recuerda, el porcentaje de restaurantes «fast food» es mucho menor al de otros países. «¿Por qué? Es porque ya tenemos una alternativa a la comida rápida, que es el tapeo, el fast good», sostiene.
«Las tapas están ya preparadas en una vitrina, ya están listas, ni siquiera las has de pedir. Tú las coges, vas comiendo lo que te interesa, con lo cual no pides de entrada una gran hamburguesa que después te la tienes que tomar entera, vas escogiendo porciones, lo mezclas con el vino y cuando acabas te vas», todo ello con el añadido de que se trata de una «comida para compartir».
«El concepto de tapas va más allá de la propia estética y se convierte en una ‘spanish way of life’, o ‘way of eat’, una forma española de comer que aparte tiene la ventaja de ser más saludable, porque los contenidos suelen ser de lo que se llama dieta mediterránea, y aparte más divertida», afirma.
La muestra «Tapas», que antes estuvo en Miami y también ha recorrido países como Japón, ofrece una mirada histórica a esta «spanish way of life» culinaria y sus variaciones como el pincho o el montadito, así como su internacionalización de la mano, entre otros, de los chefs españoles más internacionales como Ferrán Adrià o, en el propio Estados Unidos, José Andrés.
Pero la muestra, como indica su subtítulo «Diseño Español para la Comida», va mucho más allá y revela la mágica pero a menudo desconocida interrelación entre el «continente y contenido».
Capella, que pese a las incontables veces que ha explicado los fundamentos de la muestra que dirige sigue destilando un entusiasmo contagioso, hace un alto en este momento de la narrativa y sonríe. Si el título de la exposición hiciera referencia sólo a la cuestión del diseño, «nadie vendría a verla, pero la palabra ‘tapas’ es algo que no tengo que traducir», se justifica con un guiño.
Aun así, quizás los aspectos más interesantes de los más de 200 objetos expuestos son los que van más allá de lo obvio, esos que desvelan esa receta, también de origen español, que liga dos espacios vitales para el éxito de un plato, pero hasta hace no tanto necesariamente interrelacionados.
La «gran revolución» de la gastronomía española es haber «roto la dicotomía entre el plato y la comida», afirma Capella. «Ahora la creatividad en la cocina no es sólo cosa del chef, sino también del diseñador».
De la mano de Adrià y de restaurantes de renombre internacional como El Celler de Can Roca, el diseño se ha convertido en una cosa, indistintamente, de chefs y diseñadores, que trabajan mano a mano para que un plato sea un todo, una experiencia total en la que la comida acaba siendo tan importante como el soporte en el que aparece.
«Contenedores», como lo llama Capella, de formas mágicas y materiales imposibles, como el «PlatDePà», un plato de aluminio en forma de rebanada de pan para ofrecer «elementos que tradicionalmente se comen encima de una rebanada de ‘pà amb tomàquet’ (pan con tomate)».
O el más allá aún del «PlatViu» (plato vivo), un plato que El Celler de Can Roca emplea para uno de sus «postres-espectáculo»: activado por un mecanismo eléctrico en su base, el plato es en realidad un recipiente de silicona con la forma -y casi textura- de una «masa madre para fermentar el pan» en la que está, literalmente, inspirado.
Una innovación que no es exclusiva de los últimos años y que, como demuestra una vez más la exposición, viene de tradición. Hasta el punto de que a más de un español que la visita se le escapa ese de «¡anda, como el de mi abuela!» que según Capella exclamó hasta la princesa Letizia cuando en su viaje a Miami el año pasado visitó la exposición.
Porque la muestra reivindica lo revolucionario de objetos clásicos como el botijo, el porrón o la bota de vino, desde su forma más tradicional a nuevas maneras reinventadas.
Así, se exponen botijos con forma de tetra brik, variaciones del clásico porrón como el «Porrón Pompero», una boquilla con forma y principios similares al porrón que se ajusta directamente a la botella de vino y sirve bien para beber directamente o para oxigenar el vino; o una variación de la tradicional «bota de vino» de piel que ahora usan los atletas para mantener frescas sus bebidas isotónicas cuando entrenan.
«Esta exposición explica que hay artesanía, que hay tradición, que hay mucho producto industrial y descubre algunos inventos españoles que mucha gente no conocía como la minipimer, el exprimidor de naranjas o el abridor de rueda», señala Capella.
En resumen: que no sólo el Chupa-Chups fue invento español. Cuyo diseño, por cierto, se debe a Dalí, según descubre también esta muestra concebida para sorprender, aprender, sonreír y, sobre todo, abrir apetito. Y si es por los productos españoles, mejor que mejor.