Hace más de un año, teniendo autorizada una salida del país por 30 días, comprendidos entre noviembre y diciembre, por un juez anterior al que actualmente preside el Juzgado de Primera Instancia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente, sin justificación o motivo, el actual titular la suspendió.
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Reiterada la solicitud a finales del mes de octubre del presente año, inesperadamente mi salida del país fue autorizada, lo que me permitió estar durante el período comprendido del 21 de noviembre al 20 de diciembre en Chile, país de mis viejos amores (como dice el himno del Ejército de esa nación) y observar en alguno de los días el paso de los viejos estandartes en el acto de graduación de oficiales de la Escuela Militar, donde tuve el honor de saludar al presidente Piñera, al ministro de la Defensa Allamant y al alto mando del Ejército, así como al director y subdirector de la Escuela Militar del libertador general Bernardo O´Higgins.
Qué cúmulo de emociones, qué cúmulo de recuerdos al recorrer las calles, autopistas de Santiago, donde con toda envidia pude observar el inmenso desarrollo de los chilenos, país donde predomina la clase media y donde la pobreza, ya no digamos la extrema pobreza, está reducida a menos del diez por ciento de su población.
Qué impresionante ver que ni en las autopistas de las cuales salen más de 20 de Santiago, hacia el norte y hacia el sur, hacia el mar o hacia Argentina, existe un solo deterioro en las pistas. Qué importante comprobar que no hay basura sino jardines y árboles en la mayoría de sus calles y qué agradable es sentir el trato y el comportamiento de la gente, de los unos para con los otros. No se presienten tensiones, ni odios, aunque sí una sociedad viva, vibrante, donde los estudiantes universitarios que sobrepasan el millón de seres humanos requieren el aumento de la calidad educativa, bajo la dirigencia de la bellísima Camila, que sin problemas ni limitaciones declara ser comunista.
Qué increíble enterarse de la imparcialidad, de la objetividad y de la ecuanimidad de los medios escritos, radiales y televisivos que informan sobre la verificación de la libre competencia y comprobar que un gobierno presidido por un multimillonario empresario, a través de sus ministros de Economía y de Desarrollo Social, aborda la obligación del Estado de velar por el consumidor, de evitar que se dé la colusión en la producción alimenticia y en los medicamentos y que por medio de las entidades de gobierno se investiga la producción de la carne de pollo, donde un procurador y un fiscal, así como tribunales específicos que velan por la libre competencia, sin ningún temor, indican que se sancionará, si es que así procede, con más de US$125 millones a tres productores de pollo que aparentemente se han coludido para enriquecerse ilícitamente, abusando del consumidor.
Igualmente, sin crítica pública ni presión alguna, proceden los fiscales económicos a confiscar los registros, las computadoras y los teléfonos de los principales dueños y ejecutivos de las cuatro redes de supermercados que existen en ese país.
Será esto la muestra que la democracia sí puede velar porque no existan carteles, porque no existan unas pocas personas que hablan de libre competencia pero que no son capaces de respetarla.
Por esas y otras muchas razones marché con alegría a Chile y después de vivir ese ambiente y de recibir la amistad, la hospitalidad de mis compañeros de curso militar y de algunos otros amigos es que con tristeza regresé a mi patria, tierra a la que quiero más que a Chile aun cuando me cueste vivir en nuestro subdesarrollado medio económico y social.