¿Tamarindazos?


Los guatemaltecos hemos sobrellevado, durante el año 2008, un invierno alterado (como está el mundo en general) y las alcantarillas de nuestra ciudad capital, literalmente colapsaron. «Llueve como si se fuera a caer el cielo», decí­a mi bisabuela Carlota, una independiente mujer de carácter recio, nacida a finales del siglo XIX y que falleció a los 102 años, en la década del 70 del siglo pasado. Ella es el filón más delicioso que tengo, la mina de oro de mis ricos dichos populares, de esa «oralidad chapina» que hoy voy a semiotizar.

Ramiro Mac Donald

Retomo otra de sus frases, a fuerza de sentirme cada vez más cercano e identificado con esas imágenes construidas con sus palabras heredadas: «en mis tiempos» (decí­a) no lloví­a como ahora. Aunque en la imaginación del guatemalteco urbano, desde esa generación bisagra de mi bisabuela, ya lloví­a a «tamarindazos». Qué sabroso: mil imágenes me sacuden.

¿En Guatemala llueve con sabor y color a tamarindo, desde siempre? Es mágica nuestra fantasí­a popular. El tamarindo es un delicioso fruto pulposo -entre dulce y ácido- que nos permite elaborar un delicioso refresco, y servido bien frí­o, quita sed y calor. Curioso: los mexicanos lo asocian al color que vestí­an los policí­as de tránsito (de antaño) y, en El Salvador, es sinónimo de ladrón. Para mí­, reminiscencias: aromas, sabores, y texturas de niñez.

El degustar un tamarindo (en refrescante bebida, o saborearlo directamente en su oscura vaina, esa da nombre a ese color tan caracterí­stico) me evoca esa Guatemala de mi bisabuela Carlota, cuando lloví­a fuerte -seguramente. Pero, entonces, los tragantes lograban absorber sin problema alguno, esa gran cantidad de lluvia que caí­a, por considerable que fuera. Ahora, en cambio, llueve y el sistema «truena» por completo. Colapsa.

¿Por qué? Porque esas estructuras antañonas (debajo de la ciudad capital) fueron construidas pensando en un clima muy distinto al actual, cuando los «tamarindazos» eran lluvias exuberantes, fuertes, tormentas tropicales -si se quiere- pero nunca como las que nos caen ahora en poco tiempo. Comparando: hoy llueve en minutos, lo que antes… en horas.

Pienso en voz alta: éste fue un invierno excesivo; de verdad ha llovido «como si el cielo se quisiera caer». ¿Tal vez de protesta, por lo que hemos hecho con el planeta? Devastándolo, contaminándolo, destruyéndolo. Alterándolo por completo. Tal vez, el planeta protesta así­.

Y esas desbordadas alcantarillas nos están diciendo algo. Nos están enviando un mensaje muy claro. Desde el fondo de nuestra ciudad: algo nos dice que las estructuras de este paí­s han colapsado. Las gargantas sucias nos están hablando y preferimos no escuchar.

Hemos colapsado como paí­s. El torrente desordenado de agua enturbiada que circula por las venas de nuestra capital, ha carcomido durante lustros y lustros, esos conductos. Ya no son suficientes; son incapaces de seguir funcionando. Este sistema nuestro es ya incapaz de soportar tanta fuerza y brusquedad de una corriente inusitada, excedida en todo sentido.

Al igual que nuestro presente como paí­s, esos canales subterráneos, por donde pasan las aguas llovidas (diseñadas hace mucho tiempo para un esquema distinto, para una ciudad diferente) no logran recoger adecuadamente ese rí­o desordenado que prevalece cuando llueve.

¿Fiel reflejo de la realidad diaria que vivimos los guatemaltecos, en todos los órdenes?

Y, si sigue lloviendo esa calidad de «tamarindazos», el sabor ya no será tan agradable.