Antonio Cerezo
Sí, claro que lo recuerdo. Y es algo que yo estaba seguro tendría que pasar. No sé, pero es de las cosas que se llevan dentro, que se sienten, que se perciben. Lo único que lamento es que haya sucedido como sucedió: con tragos. Es uno de mis principales defectos; entre muchos, claro, eso de ser extremadamente sensible.
No me vea así, ya sé que no lo parezco, que tengo el aspecto de ser una persona ruda, fuerte, de esas que no se conmueven por nada ni ante nadie. Es algo que aprendí desde niño obligado por las circunstancias, a fuerza de escuchar que el llanto era una mariconada, que el decir palabras bonitas lo hacía menos hombre a uno.
Fui formando una coraza protectora, un mecanismo de autodefensa para que me vieran como a un niño normal, valiente, fuerte. Sé que le resulta inconcebible, que probablemente no me cree, pero déjeme contarlo así como me sale, como lo pienso ahora. Por eso es que lamento que haya ocurrido en un momento para mí inadecuado; en circunstancias tales que me fue imposible ocultar mis sentimientos, mi frustración.
Usted sabe de lo que es capaz el alcohol; que elimina los frenos, que quita esa coraza protectora de que le hablo y que permite que afloren las lágrimas, la desconfianza, la duda; el dolor de conocer así de primera mano lo que ya presentía, lo que era casi un hecho consumado en mi mente pero que no aceptaban mis sentimientos. Por eso tuve una reacción que jamás hubiera deseado; por eso fue que me encerré en mí mismo, que salí huyendo no de los hechos sucedidos, sino de mi explosión emotiva, de la situación que me golpeó mucho, fuerte.
Otra cosa hubiera sido estando sobrio; habría pensado que era de piedra. Sin el menor asomo de duda en mi rostro, quizá hubiera esbozado una sonrisa. Pero no fue así y, le repito, siempre es duro confirmar lo que se cree; la realidad no se esconde cuando afloran los sentimientos y hay que aceptarla aunque cueste, aunque parezca muy difícil hacerlo. Lo sucedido hace muchos años fue una experiencia invaluable; a veces creo que fue lo mejor que pudo suceder porque me permitió conocer a la gente; porque pude ver muy adentro de algunos amigos y porque pude descubrir la existencia de otros que jamás hubiera sospechado.
Olvidemos aquí las causas, los motivos por los que me vi inmiscuido en una experiencia de esa naturaleza y si esos motivos son los que yo expongo o los que la gente desea suponer. Creo que eso no tiene la menor importancia. Lo verdadero, lo real, es que sucedió y que para bien o para mal me sucedió a mí, poseedor de una familia numerosa, inmaculada, que aceptó el golpe (si así puede llamarse) paulatinamente.
Con algunas excepciones, claro, porque algunos se solidarizaron conmigo desde el principio y otros aún no se han reconciliado y continúan por los caminos de la duda, de la desconfianza. Fue una experiencia interesante porque me ayudó a conocer mejor a mi propia familia: a mi mujer y a mis hijos que sufrieron por mi situación.
A mi mujer, sobre todo, que se prodigó en busca de ayuda, que trabajó incansablemente por solucionar mi problema y que me dio todo el apoyo moral tan necesario en esas circunstancias. Sí, cualquier suceso tiene sus ventajas y sus desventajas y yo creo que éste, especialmente, enriqueció mi vida con un cúmulo increíble de fabulosas experiencias. Sin embargo, yo comprendo que no todo el mundo lo ve así y que debo saber aceptar la opinión de los demás.
Pero cuando esta opinión casi se ensaña contra uno, y si esta opinión viene de un ser querido, de un familiar, entonces duele. Por eso mi reacción; por eso la explosión incontenible de sentimientos; por eso la situación inaguantable para mí y el lamento de que haya sucedido bajo los auspicios del licor. Aunque tiene, sin embargo, la enorme ventaja del brillo de la verdad.
Probablemente sin la ayuda de esos tragos todo hubiera seguido sumergido en el silencio, en la inaceptable situación de una camaradería ficticia que sólo nos hubiera conducido por caminos inciertos. Creo que la franqueza de los tragos es ruda, pero creo también que esta rudeza se hace necesaria y es fundamental para el triunfo de la veracidad. Vuelvo a repetirle que lo recuerdo todo claramente; que me alegra haber podido penetrar un poco por los intersticios de los sentimientos; que era algo que yo ya presentía, algo que palpaba en el ambiente y que un día cualquiera tenía que surgir, tenía que brotar, como brotan los nacimientos de agua: a borbotones.
Lo único que siento, como ya le dije antes, es no haber podido contener las lágrimas; es haberme mostrado tal cual soy, con toda la sensibilidad que de niño me proporcionó muy duros momentos.