Todo ser humano desde el primer grito de vida, tiene una historia que contar.
Posee su propia vivencia, va escribiendo en su memoria, grabando en su conciencia los dulces racimos o el látigo amargo que ese señor, al que llamamos destino, nos ofrece a cada instante de la vida. El rico, el pobre, el sabio, el ignorante, el presumido, el bravucón, el humilde, el que cree que nunca va a morir porque se siente dueño de la vida, todos, absolutamente todos, llevamos bajo el brazo el libro imaginario de nuestras memorias. Pero lo terrible, es que no todos son capaces de revelar su verdad, de desnudar sus intimidades para exponerlas a ser comidilla de enemigos, de falsos amigos o de desocupados que gustan del chisme o se alegran del mal ajeno. Para escribir nuestro yo interno, nuestro vendaval y poner en la picota pública los secretos de nuestras alegrías o desventuras, se necesita tener una fuerza superior, una valentía de héroe, una grandeza de ánimo y eso es lo que la gran Margarita Carrera, única en su dominio nos ha ejemplarizado en su última obra «Sumario del Recuerdo», sacando a flote sus coronas de alfileres y sus agrios dolidos, descritos con fuerte temperamento, abofeteando el sufrimiento con un decoro a toda prueba y una firmeza espiritual que la sitúa en la cima de la franqueza y de la libertad literaria, ya está dicho: «La verdad os hará libres». Leyendo por cuarta vez el Libro de Job (19,21-27), me deleitó una sentencia muy hermosa, cuando el santo varón clama: «Ojalá que mis palabras se escribieran; ojalá que se grabaran en láminas de bronce o con punzón de hierro se esculpieran en la roca para siempre». Aquí Job pide que nadie se olvide de su sufrimiento, que se quede escrito para siempre como herencia a todas las generaciones. Este es el verdadero poder que Job le da a la palabra escrita: testimonio, historia, fotografía de suceso, voz de la retrospectiva de los tiempos; sin ese poder ignoraríamos nuestra propia vivencia. Margarita, se aferra a la palabra y henchida de silencio, acosada y perseguida por su propia tormenta, decidió asaetear la cruz que cada vez le pesaba más, exprimir su corazón y tirar al río revuelto su íntima pesadumbre y con el acopio de sus brillantes facultades en el manejo de su pluma de oro, se puso frente al espejo, a sacar de sus profundos años abismales, de la aurora traviesa de sus párvulos días. Y aun todavía entrañada en el vientre materno, ese duro madero que le tocó llevar en la etapa más cruel de su vida, de la que hoy es confesa ante el gran jurado público. El documento, Sumario del Recuerdo es una gigantesca ave que ha abierto sus estruendosas alas a la conciencia humana, al despegue de los martirios que los adultos propinan en el espíritu infantil, para justificar sus propios errores o simplemente botar carga. A través de la lectura se advierte el vía crucis de una niña menospreciada, ignorada y marcada por el desamor del ser más amado del género humano. Una vida mártir escarnizada por el golpe de la soledad en el tiempo de la vendimia traviesa de su infancia. El infortunio no para allí, la persigue en la edad de las pasiones, en soportar humillaciones y desprecios por el machismo en sus puestos de trabajo. Relatos que nos quiebran el ánimo. Margarita Carrera es una amante de la verdad, quien quiera comprender su evolución, o el aspecto, talvez, el más profundo de su personalidad vertical y de su sabio pensamiento debe partir del simbolismo que nace más allá del amor a la sabiduría que la impeló a profundizarse en los estudios que la llevaron al sitial académico que hoy le aplaudimos. Libre de sus fantasmas y de la fatales presiones que la desvaloraron, la quebraron, la arrodillaron y estuvieron a punto de llevarla al suicidio, ella misma usando la fuerza de su talento y el sabio manejo de su pluma, echó a volar las alas de su intimidad auténticas y sin caretas ni palabras sobrantes, manteniendo a flote su nave en medio del gran ventarrón, fue tirando una a una las páginas tremendas de su vida salvada por el intenso amor al trabajo al estudio y a la literatura.