Sudor de Sangre


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La consagración del Yacente Recoleto
deja una muestra y exaltación a todos
los que han luchado por afianzar
la veneración hacia esta talla

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Haroldo Rodas Estrada
Comisión Nacional de Investigaciones de Arte CIAG

El término Sudor de Sangre quedó grabado en la memoria y sentimientos de miles de cucuruchos que anualmente contemplan uno de los cortejos procesionales más impresionantes de la semana mayor de Guatemala, gracias al aporte que brindó la sensibilidad y el prodigio musical del padre Miguel Murcia, un franciscano de cepa, llegado de España incorporándose como un guatemalteco adoptivo ejemplar.

El nombre seleccionado para la marcha oficial de los Cruzados del Santo Sepulcro de la iglesia de la Recolección dejó una secuela muy impresionante. Supo relatar con sonidos musicales la presencia del cuerpo inerte de un Sepultado guatemalteco, cuyas venas amoratadas y piel matizada de múltiples hilos de sangre.

El brindó desde ésta perspectiva tan singular la originalidad a un cortejo que para la década de los 50 alcanzaba un escaso esplendor. Trasladó la visión de un espacio español, quizás sevillano,  de Murcia, o bien Cordobés para impregnar al cortejo guatemalteco una silueta que desdibujó en el tiempo y el espacio.

Abandonó la antigua urna que poseía el cuerpo del yacente, que era de madera dorada, muy similar a la que posee el templo de San Francisco, que es la más antigua que se posee en la ciudad de Guatemala, solo que la recoleta un poco más sobria.

Descubrió el cuerpo de Jesús, mostrándolo sin las típicas mortajas que caracterizan los cortejos guatemaltecos, dejándolo únicamente con el paño de pureza que cubre el pubis, y mostrando el cuerpo ensangrentado y lacerado de Cristo ante el pueblo que lo contempló así por primera vez, grabando en su mente este escenario que integraba el mensaje entre España y Guatemala.

En sus primeros años aquella escultura fue colocada en un portentoso entierro, tal como el que mostraba el cuerpo de Jesús ante el santo sepulcro acompañado de las santas mujeres y los varones, en un escenario que causó gran relevancia en el medio, ya que combinó el orden tradicional con ligeras innovaciones que dieron lugar a la transformación del cortejo. 

A este impacto visual se unió en la década de los 60 los montajes de altarería de Luis Alberto de León, destacado maestro guatemalteco, quien supo brindarle un giro de espectacularidad e impacto, tal como el templete de hojalata dorada y techo plisados de seda, junto a los candeleros de hojalata de tipo tradicional que dieron un movimiento y compás al paso del cortejo.

A esto se sumó la inolvidable escena donde en un graderío blanco en la parte central fue colocado el cuerpo del Yacente sobre una sábana sostenida con maestría para que pareciese que gravitaba en el aire, y la cabeza del mismo descansando únicamente sobre la rodilla del padre Eterno, todo rodeado de ángeles  que enjugaban su rostro lleno de lágrimas, todos con imágenes de vestir ataviados de blanco y listones morados y negros en señal de pésame y dolor.

Es lo que podemos reconocer hoy como una especie de performance,  lo cual alimentó la atención sobre aquella escultura que empezó a ser visualizada con más detalle por todos los concurrentes a las conmemoraciones cuaresmales.

ORIGEN INCIERTO

Fue en este marco de proyección en que el interés sobre la talla se empezó a despertar, en principio tratándole de fijar un período de elaboración,  fijándole una antigüedad que ahora con base a más amplias apreciaciones, pueden parecer un poco aisladas de la realidad, pero que dieron pautas para encontrarle una primera repuesta a sobre la época, posibles autores y diseño con que fue ejecutado.

De aquellas apreciaciones han transcurrido ya más de medio siglo, pero curiosamente, los eruditos no han logrado ubicar documentos que den firmeza a apreciaciones que solo quedan en la visión de estilos y forma.

Por ello el origen de ese divino simulacro es aún incierto. Hay aspectos de su realización que permiten situarlo en la segunda mitad del siglo XVIII, comparándolo un poco con Cristo de la Preciosa Sangre de San Francisco, o bien la Preciosísima Sangre de la iglesia de San Juan Sacatepéquez, ambas tallas ejecutadas en ese período y posibles de ser catalogadas en este reglón por los abundantes hilos de sangre que llenan todo su cuerpo.  Esto puede comprobarse al contemplar dichas imágenes con según los aportes del doctor Antonio Gallo

Este detalle es bastante dramático, destaca en las tallas de Cristos pintados en el siglo XVIII, especialmente durante la fase que se dio a partir de 1760. Además a ello se agregan las venas muy resaltadas y amoratadas, efectos de teatralismo y exuberancia.

Sin embargo la talla del Yacente Recoleto llega a ello y lo supera. Sin duda se trató de un cuerpo de un Cristo, y no precisamente de una imagen de un Sepultado. Hay que tomar en cuenta que los sepultados en general en Guatemala, tienen esa característica, no son bajo ningún punto de vista ejecutados para ser colocados dentro de una urna.  Esto obligaría a la talla de cuerpos abigarrados y tensados por la muerte.

En su totalidad han tenido o poseen las piernas en ángulos de 45 grados, con las rodillas levantadas, tal como se supone que murió Cristo en la cruz, y por otra tienen goznes incorporados en los brazos, lo cual hace suponer que fueron desprendidos de una cruz, mutilados en sus brazos y agregado los goznes para darles movimiento y ejecutar acciones de crucifixión en un proceso de mayor teatralismo barroco., tal como se concluye en tratados al respecto publicados en España, donde se ha demostrado que los Yacentes de Guatemala fueron en su generalidad Cristos.

A estos atributos de dramatismo se integra el movimiento en la cabeza, que también posee un gozne que hace más dramático el momento en que fallece en la cruz, cuando se ejecuta el descendimiento dentro del templo recoleto.

Estos detalles permiten fijar que el Yacente procede de dicha época, sin embargo, posee otras características que lo desdibujan de este punto, tal como su enorme dimensión, ya que se trata de una imagen de cierta corpulencia, y majestad, haciéndolo notar como un gigante fuerte y musculoso, un detalle que según análisis de expertos, lo acerca más a un patrón del siglo XV- XVI, italiano, como una escultura influenciada por el renacimiento, donde las esculturas se tornan un tanto forzadas y con mayor dimensión que las que normalmente tipifican estos modelos.

Esto, podría entonces ubicarlo en una fase más antigua, pero no, ya que el modelo renacentista vino a Guatemala retomado por las corrientes neoclásicas, que afloraron entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX, lo cual afianza el criterio que esta talla pudo ser ejecutada a fines del siglo XVIII con una forma que empezaba a dar pautas de cambio y renovación a la escultura, pero aún plagada de detalles dramáticos del siglo XVIII.

Por otra parte, al contemplar su rostro posee una perfección que busca un ideal de belleza, en el que se unifican los risos de la barba y los bigotes, unido a su boca entreabierta que da margen a pensar en los modelos de gran perfección, lo cual solo se logró después de una gran experiencia de ruta en la escultura guatemalteca.

No hay que olvidar que el Cristo Yacente de la Recolección se une a las expresiones de perfección que el maestro Guillermo Grajeda Meja  enfoca en su tratado acerca de los Cristos tratados en Guatemala, ya que posee las líneas propias de este movimiento, dejando así de una vez muy bien centrado el concepto que se trata de una pieza original trabajada posiblemente en la Nueva Guatemala de la Asunción, habiendo sido muy posible que fuese de las primeras ejecutadas entre 1790 y el año 1800.

Esto hace de esta imagen una de las más impresionantes en su estilo, y aunque se incorpora a los modelos que se siguen en el país, mantienen su originalidad por su alta dimensión, su perfección en la forma corporal y rostro, y finalmente en sus detalles de venas y expresión sanguínea que llena todo su cuerpo.

Está hermanado a todos los Cristos de Guatemala, pero tiene su propio estilo en primer orden en cuanto a la talla, donde el escultor dejó una honda huella impactante por la forma de perfección que alcanzó, en la cual desde luego se conjugó una técnica muy especial, ya que hay que recordar que estas tallas no fueron ejecutadas de troncos, sino de raíces desflemadas de árboles preparados para hacer dioses, tal como se refleja en el libro Teoxché.

Esto obligó a que la talla fuese primero la unificación de fragmentos de vainas de raíces, hasta formar trozos con los cuales se dieron forma al cuerpo y al rostro.  Resaltando dentro de estos las venas que se marcan y resaltan.

La obra se complementó con apoyo de un pintor que debió recubrir con blanco de España toda la escultura, que luego fue matizada con el encarnado ejecutado con óleos aplicados con pinceles y luego alisados con ubres de vacas que eran masticadas por los pintores para dar esa tonalidad tan perfecta de la piel.

En el caso del Yacente que nos ocupa presenta un encarnado original, según el informe vertido por los restauradores durante su intervención que tuvo lugar en el Centro de restauración de bienes culturales, CEREBIEM de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Natural del Ministerio de Cultura.  Este es tenue, bastante pálido, para darle una fuerza a la palidez de la muerte, un tanto similar a la aplicación de la pintura que posee el nazareno de las Beatas de Belén. Ambos presentan también cierta similitud en el tallado, pero más en el encarnado.

Además existe en los alrededores de la Antigua Guatemala de una talla que es casi gemelo del Yacente recoleto, pero de pie, convertido en un hombre cargando la cruz, un aspecto que permite definir también la escuela particular de talladores y especialmente de pintores que dejaron huella en esa época, y que lamentablemente sus nombres permanecen ocultos en  archivos.

Es posible que con el correar de los años puede ser factible llenar a establecer alguna pauta para encontrar estos nombres de artistas, pero la posibilidad es bastante remota, ya que si se toma en cuenta que esta obra procede de fines del XVIII e inicios del XIX, cuando la ciudad empezaba a ser levantada, no había mucha preocupación por dejar asentado quien la había ejecutada.

Por otra parte, hay que tomar en cuenta que estas son obras de uso sacro, y no precisamente piezas de arte en el momento en que fueron ejecutadas, por lo tanto, su existencia pudo o no quedar documentada o registrada. Hoy el tiempo la ha hecho significativa, singular, y única, convirtiéndose en una pieza ejemplar, que refleja la calidad y destreza que se llegó a poseer en Guatemala en este tipo de ejecuciones.

LA TRASCENDENCIA DE UNA OBRA
   
Su existencia marca hoy una trascendencia muy especial, ya que ha acompañado a lo largo de los siglos a sus devotos y pueblo en general, transformándose en una obra que trascendió a su tiempo y espacio histórico.  Su valor como obra de arte, se la dio el siglo XX, al empezarlo a considerar único, a demostrar sus rasgos y características, pero ahora, el siglo XXI le otorga un reconocimiento que marca un impacto que supera su orden material, para colocarlo como un protector para su pueblo, integrando un patrimonio tangible con su fuerza intangible para fijar un legado firme en la construcción de la identidad del guatemalteco, especialmente el citadino.

Es el momento también de rememorar la presencia de fray Miguel A. Murcia, quien supo dejar a través de sus notas de Sudor de Sangre la muestra de la esperanza y retratar el permanente sufrimiento que embarga a quienes habitan en esta tierra verde, como la describiera Miguel Ángel Asturias.

Las gotas de esa sangre permanecen vivas, recuerdan el sudor del sacrificio de la lucha de contrarios hacia la década de los 50, pero también reviven una a una con los flagelos que llenan el espacio, reviviendo las palabras del padre Ricardo Falla  quien dejó latente la frase, convertida en el título de su libro:  Esa Muerte que nos hace vivir,  y nos permitió subsistir en las décadas subsiguientes para demostrar con valentía como un pueblo sufre, viva y llora a través de sus expresiones culturales.   

Este tres de noviembre, las notas de Sudor de Sangre marcarán nuevamente la ruta que una vez relató musicalmente fray Miguel, con el apoyo de los devotos, y seguidores, tal como su dilecto presidente honorario Mario Sandoval apoyara, legando así una muestra de cómo el Sudor de Cristo sigue latente en esta tierra, donde dejará de marcar a todos,  hasta que asuma la verdadera resurrección.

Por ahora, tal como lo expresara el obispo Vian Cristo permanecerá en Guatemala en su sepulcro, esperanzado a Resucitar, cuando se recoja el Sudor de su Sangre, que marca la huella de sus hijos que han pasado en sus espacios históricos dejando mártires y hombres que sufren y rememoran su dolor a veces cristalizado con lágrimas,  con claveles rojos, o siguiendo las huellas de los mártires, que recuerdan la frase célebre de nuestro premio nobel, Miguel Ángel Asturias, quien enfatizó su frase: Guatemala, donde todos los días es Viernes Santo, aludiendo que en cada día mueren justos, mártires y se sacrifica a muchos injustamente.    

El sudor permanecerá latente, y en la memoria de las actuales generaciones quedará marcado este tres de noviembre, cuando vuelva a sonar en un caso especial las notas de ese Sudor de Sangre que aún empaña la paz de Guatemala.