Protestas alrededor del mundo en los últimos meses han movilizado a millones de personas, sobre todo jóvenes, a las calles de distintas ciudades del mundo. Los jóvenes son el motor del mundo en que vivimos y por su naturaleza de aversión al riesgo suelen ser el factor principal del cambio. En ocasiones el cambio provocado por estos movimientos no es necesariamente el correcto pero no podemos negar que la efusividad y la energía de la juventud es determinante en todo proceso de cambio en el ser humano y su civilización.
Resulta curioso analizar como muchos de los movimientos protestan cansados del estado actual de las sociedades, pobreza, hambre, falta de empleo, poco acceso a servicios y otros desmanes que sufren muchos hoy en día. Sin embargo, la mayoría de jóvenes no se percata que sus movimientos son usualmente copados por organizaciones socialistas que aprovechan la efusividad del momento y la novatez de los grupos inconformes para filtrarse entre ellos. En Madrid hace unos meses, como en Wall Street en estos días, los movimientos de jóvenes han sido tomados e influenciados por los políticos y su clientela para convertir un movimiento de inconformidad en un aparato de presión política que lejos de demandar cambios en la dirección correcta terminan protestando para lograr medidas aún más dañinas que las que los pusieron en la horrible situación que los animó a salir a la calle.
Protestan los jóvenes por más regulación en los mercados financieros porque estiman que los “mañosos†banqueros fueron los grandes culpables de la debacle en que se encuentran, pero no se dan cuenta que en realidad fue precisamente el sistema de incentivos perversos el que empujó a los banqueros a tomar riesgos más allá de lo debido porque finalmente siempre habrá quien los rescate. Terminan pidiendo más gobierno y mayor control en detrimento de los empresarios como que si el gobierno fuera la panacea cuando está demostrado hasta la saciedad que el gobierno y su intervención en los asuntos comerciales entre individuos y empresas destruyen precisamente la capacidad de crear nuevos empleos y más riqueza. Otra de las protestas infundadas en el movimiento de Wall Street es aquella de que los acaudalados deben pagar más impuestos para sacar a Estados Unidos de la crisis. Y la receta correcta es precisamente la contraria: cobrar más impuestos a los capitalistas significa en la práctica ahogar las inversiones que son las únicas que finalmente pueden sacar del desempleo y la pobreza a los jóvenes desesperados.
Un artículo de Michael Tanner publicado ayer en el National Review nos ilustra cómo la vida del señor Steve Jobs que nació en la pobreza, logró a base de trabajo, dedicación e inventiva hacerse billonario y en el camino repartir beneficios por todo el mundo. Jobs murió valiendo unos impresionantes 7 mil millones de dólares pero se calcula que solo en Estados Unidos los emprendimientos de Jobs generaron más de 30 mil empleos directos y generaba la astronómica suma de 30 mil millones de dólares anuales de riqueza para la sociedad americana. Dice Tanner que si bien la vida de Jobs es una historia de éxito no se pueden esconder los fracasos que tuvo como empresario y sin embargo cuando fracasó, no puso la mano y pidió un rescate al gobierno. Lo que hizo fue esforzarse y arriesgar su capital nuevamente para ponerlo al servicio de la sociedad. En nombre del Welfare muchos gobiernos han gastado miles de millones en prestar servicios que no resuelven los problemas de los ciudadanos. Jobs por el contrario, invirtió en sus ideas y eso le trajo progreso a él pero muchísimo más a la sociedad.
Como dicen que en esta vida nadie sabe para quién trabaja, resulta peculiar que la espontanea logística de las protestas sea dirigida desde Iphones o Ipads, inventos que solo la creatividad de un hombre en el ambiente de negocios adecuado pudo haberles proveído.