Soy un indignado, electrónicamente…


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Ayer domingo 23 de octubre, ingresé a Prensa Libre, en su edición electrónica, para gozar de la edición del prestigioso The New York Times una selección especial que se nos brinda. Me senté frente a la computadora, con taza de café humeante, relajado, con agradable música de jazz de fondo. ¡Fascinante! Ya habí­a leí­do la capacidad de convocatoria de la lí­der estudiantil Camila Vallejo, que además de bella e inteligente, es aguerrida y consistente en sus propuestas!

Ramiro Mac Donald

 


Entonces, leí­ el interesante artí­culo «Nada como el poder de la presencia», firmado por Michel Kimmelman, como análisis al tema: «Ocupen Wall Street», un movimiento que surgió para protestar fí­sicamente, ocupando un pequeño parque llamado Zucotti Park, a cuadras de Wall Street, sobre Broadway. Y vino a la mente el tema de la tecnologí­a y este mundo posmoderno. ¿Por qué? Pues yo viví­ hace una semana, en directo por CNN y diarios digitales de varias capitales, este llamado a la protesta y lo he venido siguiendo de cerca, desde cuando arrancó en Madrid –hace algunos meses– y me enteré que no es poca cosa, ni que está empezando en el paí­s de los «gringos», sino es todo un movimiento planetario de INDIGNADOS, por el mundo que estamos viviendo hoy. Y muchas de esas protestas, utilizan como instrumento la tecnologí­a que provee el consumismo, pues casi todas las acciones de los indignados, son convocadas por las redes sociales. También son transmitidas en directo (yo he vivido varias) o «colgadas» en internet a través de Youtube y otras plataformas de internet. Posteriormente, los mismos actores, hacen posts y los colocan en diferentes sitios. La Web está llena de reportes, de cómo han ido aumentando en fuerza, en organización, en el mundo entero. Esto es ya imparable.
      El autor del análisis en el NYT, Kimelmann, pese a no entrar a conocer a fondo el tema de las protestas –incluso creo que lo hace muy a propósito– se permite una serie de interesantes reflexiones sobre estas comunidades de protesta en todo el mundo. El fenómeno ya está calando hondo, tanto como para que éste diario haga suya dicha noticia (en su portada) y para que CNN (inglés) le haya dedicado un largo reportaje con los actores detrás de los escenarios, ayer mismo, domingo, en horas de la noche.  Kimelmann nos recuerda que Aristóteles, «sostení­a que las dimensiones de una polis ideal eran los lí­mites del grito de un heraldo. Pensaba que la voz humana tení­a relación directa con el orden cí­vico».
      Ese concepto de comunidad, de polis ideal, estaba bien para aquellos tiempos lejanos de la Grecia clásica, pero hoy tenemos esa maravillosa tecnologí­a de información que nos mantiene unidos –interconectados– aunque a veces sea una ilusión, una virtualidad, una ficción, una hiperrealidad, como lo afirmaba Jean Baudrillar. O tal vez, como producto –nada más– del  aislamiento que muchas personas padecen en estos tiempos de soledades-compartidas, en esas megaurbes de varios millones de personas deshumanizadas ¿personas sin humanidad? Y por eso ocurren estas protestas locales antes, ahora mundiales. Pero, para saber lo que está pasando en Chile, en Guatemala, en Madrid o en Nueva York… me conecto a internet y vivo con ellos sus apasionadas protestas, muchos son jóvenes que desean un mundo diferente al que hemos construido los viejos, la anterior generación que casi destruimos el mundo.
      Por lo menos, reconozcamos que estamos en una sociedad que ha espectacularizado el dolor de la gente (y trasladado por medios electrónicos a millones de oyentes), hemos comercializado las grandes catástrofes… y hasta las manifestaciones reprimidas y convocadas por el bello (pero tenaz y desafiante) rostro de Camila Vallejo, en el centro de Santiago, como portavoz de los estudiantes de Chile. Y yo he vivido –casi con el humo de los gases lacrimógenos– esas protestas, en directo, en la sala de mi casa, en mi computadora o en el ultramoderno dispositivo electrónico de mi hijo. ¿Todo eso hace la tecnologí­a? Sí­, y mucho, mucho más. ¿Qué no podrí­a hacer en las buenas empresas para producir excelentes servicios o mejorar sus productos? Porque la tecnologí­a, no es buena ni mala… tampoco neutral, como opinó certeramente Melvin Kranzberg.