Soñamos una aldea global: encontramos la cacofónica Babel


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Dominique Wolton escribió en 2006 un fascinante libro titulado: Salvemos la comunicación. Aldea global y cultura. Una defensa de los ideales democráticos y la cohabitación mundial, publicado en Barcelona por la Editorial, Gedisa.

Ramiro Mac Donald


Entre sus ideas, que empezamos a desglosar la semana pasada, nos señala las profundas implicaciones que tiene la tecnología para la comunicación, en el mundo globalizado. He aquí algunas perlas, nada más de su pensamiento.

Dominique Wolton considera que «hoy se necesita pensar en la comunicación en función de la diversidad cultural; si no, asistiremos a la guerra de civilizaciones. Ni los avances técnicos ni la dominación económica y militar podrán eludir este imperativo: los pueblos y las culturas quieren ser respetados. No hay información ni comunicación sin el respeto al otro, del receptor». Este párrafo encierra la esencia, posiblemente, del pensamiento de este pensador francés que aboga por que salvemos la comunicación y le devolvamos el respeto que debe tener, que se ha ido perdiendo por el manejo, el manipuleo y los intereses que hacen las élites, para mantener sus poderes.

«La comunicación es frágil, como todos los demás valores de la democracia, pero siempre existe un margen de maniobra para que los valores triunfen sobre las derivas», dice Wolton. Más claro ni el agua. Y agrega que salvar la comunicación, pasa por pensar en una nueva comunicación, en una teoría de la comunicación como teoría política… «O más, exactamente, subrayar las implicaciones de una teoría de la comunicación en sus relaciones con la democracia» plantea Wolton, al finalizar la introducción de su libro. Un texto que me ha permitido reconfirmar muchas de las ideas que había leído de otros autores, pero pocas veces con tanta claridad y contundencia.

Wolton hace pensar, reflexionar cuando dice que nunca antes como hoy fue tan fácil enviar mensajes de una punta a otra del mundo, pero, paralelamente, «la recepción es cada vez más problemática debido a la visibilidad creciente de las diferencias culturales, políticas, sociales o religiosas. Las técnicas son homogéneas, pero el mundo es heterogéneo. La eficacia de las técnicas vuelve aún más visible la heterogeneidad del mundo. Y si la información es mundial, los receptores no lo son nunca. Los occidentales, dueños de las herramientas y los contenidos, descubren que los otros no piensan como ellos y que lo dicen cada vez con mayor fuerza. “Soñamos con una aldea global: y nos encontramos con la cacofonía de una Babel», nos restriega en la cara este sociólogo francés, particularmente a quienes veneran Internet.

Desde la profunda poética (imbricada con verdades mayúsculas) de esta última frase -resaltada por mí, en negrillas- nos permite referenciar las profundas implicaciones de la tecnología en el mundo de hoy. Este es el concepto de una afanosa búsqueda del ideal de una aldea macluhaniana globalizada, que no llega a ser realidad -pues la brecha digital que cada vez se agudiza más entre países pobres y países ricos- y se convierte en el cacofónico ruido de un babélico mundo que solo emite inarmónicos sonidos sin sentido. Una disonancia total, debido al exceso de información que solo sirve para no lograr decodificar los mensajes que acuden a nuestros oídos en forma desordenada y frenética.

Antes padecíamos por la ausencia de comunicación, pero hoy nos vemos enfrentados al exceso de información que, muchas veces, no representa más que basura consumista e intrascendente. Y lo peor, esa cantidad de información interesada, no respeta al otro, al receptor, buscándolo nada más como target comercial o ideológico.