Son culpables… hay que condenarlos


«Si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger» Grupo Molotov.

El gran poder económico es el principal culpable del estado de calamidad en que se encuentra el paí­s. Guatemala es un proyecto podrido, pues se ha construido sobre la base de la infamia, el despojo y la discriminación. Unos cuantos grupos familiares han logrado, durante siglos de historia, conformar un estado que beneficia con leyes y violencia sus intereses particulares de acumulación de riqueza. Estas familias son culpables del genocidio perpetrado contra la población indí­gena en los años de la guerra. En esos años aprobaron y estimularon la corrupción dentro de las instituciones de gobierno, consintieron las masacres y las ejecuciones extrajudiciales que el Ejército y grupos paramilitares perpetraron contra la población civil. Son culpables de la desnutrición crónica que sufre uno de cada dos niños menores de cinco años. Niegan el derecho a la propiedad, el trabajo y la alimentación de la mayorí­a de la población al adueñarse de la mayor cantidad de tierras cultivables en el paí­s.

Pablo Siguenza Ramírez
pablosiguenzaram@gmail.com

Son culpables de fomentar la instalación de mafias en los tres poderes del Estado. Financian las campañas electorales de los partidos polí­ticos para garantizar la continuidad de sus proyectos de extracción y explotación capitalista. Niegan la participación de mujeres, pueblos indí­genas y jóvenes en las decisiones trascendentales de polí­tica pública.

Se han apropiado de la riqueza que las manos campesinas han producido en los campos de añil, grana, café, algodón, caña de azúcar, hule, banano, ganado, granos básicos, hortalizas y frutas. Han explotado el trabajo de hombres y mujeres que en las maquilas dejan la vida por mí­seros salarios. Son evasores seculares de sus obligaciones fiscales.

Han negado por siglos el acceso a la educación de millones de niños y niñas que se convierten, desde sus primeros años de vida, en fuerza de trabajo no calificada mal pagada. Han influido para que la historia nacional oculte las desigualdades estructurales que generan la pobreza en el paí­s. Han definido que los pensa de estudios obstruyan la posibilidad de pensar de manera crí­tica. Han cortado la creatividad irreverente de la población joven, moldeando viejos y viejas de corta edad. Convirtieron la cultura popular en folklore postmoderno para estampas y postales turí­sticas. Niegan el ví­nculo directo de las poblaciones indí­genas que actualmente ocupan los territorios rurales del paí­s con los mayas del periodo clásico.

Son dueños de los medios de comunicación y en nombre de la libre expresión del pensamiento mantienen a las masas alejadas de la realidad concreta y de sus causas. Ocultan las voces de la población. Hacen todo lo posible por impedir que las y los portadores de esas voces se conviertan en sujetos polí­ticos capaces de construir un proyecto de nación viable y multiidentitario.

Hoy avanzan en sus planes económicos y polí­ticos al amparo de gobiernos pusilánimes. La agenda nacional de competitividad es el único proyecto sectorial que tiene avances significativos en su implementación. ¡Claro, es su proyecto! Tienen las fauces devorando tierras en la Franja Transversal del Norte y en lo que será en unos años el Canal Seco Interoceánico. Se atoran, vomitan y vuelven a atragantarse con petróleo, ní­quel, oro y plata sacados del Corazón de la Tierra.

Se aferran con todas sus garras a la negativa, de hacer en el paí­s, reformas fiscales, agrarias, educativas, de justicia o de cualquier otra í­ndole que ponga en peligro su maní­a compulsiva de explotar, extraer y amontonar. La democracia es un panfleto y una burla. Son dueños de los monopolios en el agro, en el comercio, en la banca, en la industria, en las comunicaciones, en el mercado de partidos polí­ticos, en el mercado de iglesias y sectas, en la prostitución de jueces y abogados.

Ellos son culpables, hay que condenarlos.