Ante los desastres naturales, nuestro país Guatemala y su población son afectados. Sobre todo los sectores pobres que reciben impactos más fuertes. Queda demostrado entonces nuestra precariedad y el hecho que siempre adolecemos de condiciones apropiadas de prevención necesaria.
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Los efectos son cuantiosos y lamentables de verdad, al poner al descubierto cómo somos de vulnerables. De suyo el entorno ya está propenso, situación misma que es capaz de empeorar las cosas, sin duda. La naturaleza resentida envía mensajes claros, pero no aparece la enmienda.
El deterioro y degradación se acrecienta por obra de la irresponsabilidad poblacional de todas luces. Es en extremo preocupante que los connacionales desistan del papel destructor con que actúan a diario, de espaldas a las necesidades como intereses en favor del bien común.
Hago hincapié en que los humanos por naturaleza somos frágiles, propensos a sentir los embates anímicos y materiales. Sin embargo, ello llega a tener más notoriedad en la medida de su ubicación económica-social. Los golpes consiguientes alcanzan visibilidad en dichos grupos.
La cultura en su sumatoria destructiva refleja esos comportamientos que a la vez indican la pérdida definitiva de valores humanos. Son actitudes de cara a terminar con el medio ambiente a como dé lugar. Por lo tanto, ven la tempestad y no dan marcha atrás.
Respecto a la vulnerabilidad que hace presencia es urgente reconocer la persistencia de diversos fenómenos naturales, o sea desastres tremendos. Estos de un tiempo corto para acá dejan un panorama sombrío y patético por demás en las latitudes del suelo patrio ya agobiado.
Debido a los avances tecnológicos de la comunicación, hoy en día existe suficiente información al instante en doble vía: nos percatamos del proceso de los desastres y tomamos algunas medidas de emergencia indispensables en sentidos directo de proteger y rescatar lo propio.
Sorprenden los ramalazos inmisericordiosos que cada fenómeno acarrea con cierta regularidad. En el transcurso del presente año, asumimos puntualmente que ni bien nos reponemos de las consecuencias negativas de uno, cuando otro se empieza a sentir con su carga demoledora.
Así las cosas el territorio nacional en sus diferentes áreas ha recibido golpes graves derivados de huracanes, tormentas y depresiones tropicales; tornados menores, inundaciones, sismos y ciclones. El denominador común viene a ser siempre sucesos que van en detrimento de la vida humana.
Las pérdidas repercuten en el acto referente a la destrucción de cultivos, colapso de la infraestructura física y desbordamiento de ríos. También destrucción de viviendas, graneros; ganado perdido, derrumbes y deslaves de cerros y laderas o barrancos y colapso de caminos.
Las constantes que gravita sobre el país genera panoramas sombríos y alarma generalizada; aunque tardío hay reflexión acerca de las acciones indebidas cometidas. Lo conveniente y necesario tiene una definición: debemos asumir antes que después el rol que nos toca a todos sin excusa ni pretexto.